UMAPS: ROMPIENDO LOS SILENCIOS DEL ARCHIVO

ROMPIENDO LOS SILENCIOS DEL ARCHIVO
 
Por
Norge Espinosa Mendoza
19 agosto 2024
 
Ilutración: Félix M. Azcuy
 
Activadas por tres años a partir de 1965, las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAPS) siguen siendo, a su modo, un misterio y un tabú que parecería impenetrable. La desmemoria intencional, la carencia de archivos en los que haya quedado un registro pormenorizado de lo que fueron y de lo que realmente sucedió en sus campamentos rodeados por alambres de púas, ha creado alrededor de ese acontecimiento un agujero negro que absorbe casi todo lo que sobre su historia puede aflorar aquí y allá.
 
Tal y como sucede con el quinquenio gris y sus desmanes, con la parametración y la censura que se impuso sobre nombres cruciales de nuestra cultura —aunque no solo en ese sector—, las UMAPS son apenas referidas, como un trauma que aún opera en el imaginario nacional desde la vergüenza, la falta de una rehabilitación formal a quienes fueron recluidos en ellas, y la prueba innegable de lo que las sostuvo: un recelo en el que se movilizó la homofobia y otras tantas fobias que pretendía, bajo el ideario moral que la Revolución propuso como fin de lo que se consideraban lacras y excesos, anular a los individuos que fueron considerados indeseables y excluibles dentro del nuevo concepto de Nación.
 
Tal y como sucede con el quinquenio gris y sus desmanes, las UMAPS son apenas referidas como un trauma que aún opera en el imaginario nacional desde la vergüenza.
 
La aparición de una serie de documentos que el periodista independiente José Raúl Gallego liberó en las redes a inicios de la pasada semana, relacionados directamente con el proyecto de las UMAPS y su funcionamiento interno, ha obrado como un nuevo reclamo para que al fin suceda ese gran exorcismo que no acaba de llegar. La sinuosa memoria cubana, y sus no menos sinuosos métodos de generar un repaso intermitente de los errores cometidos en estos últimos 65 años, permite aquí y allá que esos y otros experimentos fallidos se mencionen, pero no que acaben de incorporarse definitivamente a la cronología oficial que, más allá del triunfalismo y de fórmulas tan manidas como las de «convertir el revés en victoria», debería mostrarse ya.
 
La capacidad de análisis que la memoria reciente de nuestra historia proyecta habla de estos puntos oscuros de forma reactiva, generalmente cuando desde el exilio o plataformas políticas foráneas se mencionan estos hechos. Responder a esas referencias, entendidas como ataques al cuerpo de la Revolución, ha sido la estrategia habitual, en un tono a la defensiva o intentando rebajarlas, cubriendo de ese modo lo que sufrieron los otros cuerpos, los innombrados seres humanos que aún hoy viven con trauma o vergüenza por lo padecido en esas unidades, y esperan esa disculpa real y puntual que merecerían.
 
La capacidad de análisis que la memoria reciente de nuestra historia proyecta habla de estos puntos oscuros de forma reactiva.
 
Es por ello que cuando ocurre algo como lo que ahora provoca estas líneas, quienes hemos hablado de estos acontecimientos sentimos que volvemos al mismo punto del laberinto. Durante las conferencias del ciclo que entre 2007 y 2009 organizó Desiderio Navarro bajo el título «La política cultural del periodo revolucionario: memoria y reflexión», varios de sus ponentes hablamos de las UMAPS, y de lo desencadenado incluso tras el cierre de las mismas a partir de lo pactado al máximo nivel político en el I Congreso Nacional de Educación y Cultura (1971).
 
Las mencionadas conferencias fueron las respuestas que sobrevinieron tras la reacción inmediata de numerosos artistas e intelectuales que vieron en las pantallas de la televisión resucitar a varios de los censores que dañaron la obra y la vida de muchos de ellos. Y ese ciclo de conferencias, nacido de ese malestar, corrió a lo largo de los años sin que la propia televisión se disculpase, ni ofreciera noticias acerca de lo que sus autores exponían.
 
Pasada la ola de fervor y, aparentemente, la necesidad de hacer saber a los más jóvenes qué se escondía detrás de esos silencios y censuras, volvimos al mismo punto. Hoy, esas conferencias —algunas recogidas en un volumen cuya segunda edición ampliada nunca se imprimió— son citadas en academias y estudios, generalmente fuera de Cuba.
 
Basta que aparezcan documentos como los que ahora salen a la luz para que la falta de un archivo, de una memoria coherente y consecuente con nuestros errores, explique a la Revolución en una dimensión que ya esas otras historias van organizando, más allá de la marea de consignas y épica que resuena como un eco inacabable en los oídos de quienes intentan justificar o excusar a los responsables, ya muertos o aún vivos, de tales descalabros.
 
Revisitando las UMAPS
 
UMAPS / Foto: María Elena Solé / Letras Libres
 
Desconocemos el nombre o el grado de cercanía a quienes gestaron las UMAPS que tuvo quien cedió el referido expediente. A cambio de los documentos, esa persona pidió que se mantuviera su anonimato, y que se tuviera acceso a ellos de modo libre, y así ha sucedido.
 
Los papeles amarillentos, la tipografía de esas máquinas de escribir de la época, el tono de sus párrafos, me han traído el recuerdo de otros que he consultado y sobre los que he escrito ya. Y me permitió, por supuesto, repasar mentalmente el empeño con el cual otros investigadores han tratado de arrojar luz sobre un hecho tan incómodo. En la literatura, los ejemplos no son tan abundantes, pero vale mencionar textos de Reinaldo Arenas o novelas como La mueca de la paloma negra, de Jorge Ronet (Editorial Playor, 1987), y Un ciervo herido, de Félix Luis Viera (Editorial Plaza Mayor, Colección Cultura Cubana, 2002). Ronet, por cierto, es uno de los más recordados testimoniantes de Conducta Impropia, el documental dirigido por Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal que en 1984 expuso en detalle qué habían sido las UMAPS, para disgusto de no pocos integrantes de una idea edulcorada de las izquierdas y el particular proceso cubano.
 
Disimuladas bajo un llamado al Servicio Militar Obligatorio, las UMAPS tuvieron su arrancada en 1965. Se supone —las estadísticas oficiales no están a la mano— que unas 35 000 personas pasaron por sus campamentos, algunos muy temidos, como los ubicados en Camagüey. El fenómeno complejo también tiene matices, estos demuestran que no en todas las unidades se fue tan férreo contra los reclutados, aunque las evidencias indican que en ningún caso se trató de algo así como lo que se vivía en otros planes menos severos, como luego ha querido hacerse creer.
 
Hubo maltratos, formas de torturas… y experimentos. Virgilio Piñera le habló de esas unidades, aterrorizado, a Juan Goytisolo, según se lee en su libro En los reinos de taifa. Estos papeles que ahora pueden consultarse dan fe de lo que otros estudiosos ya habían asegurado.
 
Los archivos filtrados

El expediente contiene seis legajos: 
1: «UMAP. Plan homosexuales», 
2: «Anexo 1, entrevista», 
3: «Sugerencias Escuelas Pre-Militares», 
4: «Actividad práctica y procesos síquicos», 
5 «Informe Religiones I», 
6: «Informe Religiones II»
 
Lo que aportan esos documentos, es parte de la ley de mando que se quiso poner en práctica tras las vallas alambradas que impedían el paso o la salida de esos campamentos. Diseccionan sus procederes, y la filosofía que había detrás de ellos. Concebidos como espacios de rehabilitación, se aspiraba a disciplinar ahí, bajo los nuevos ideales, a personas de «vida disipada», no incorporadas a las nuevas formas de producción socialista, a religiosos de diversos credos (sobre todo Testigos de Jehová), y a homosexuales.
 
La desconfianza política, y la homofobia y el machismo se unieron bajo esa voluntad de manera lamentable, y en realidad, caer en ese cerco significaba pasar a un estado de muerte civil y a una condición de No Persona que quiso justificarse en el anhelo de pureza moral que debía dar a luz al Hombre Nuevo: ese ser impoluto y esencialmente (re)productivo que debía ser el habitante perfecto de la Revolución.
 
La desconfianza política, y la homofobia y el machismo se unieron bajo esa voluntad de manera lamentable, caer en ese cerco significaba pasar a un estado de muerte civil.
 
Los informes proponen lo que hoy llamaríamos, sin lugar a duda, una terapia de conversión en la cual, subdivididos en grupos según las evidencias de sus rasgos homosexuales, los reclutas tendrían que dejar atrás sus «malos hábitos» a fin de obtener los pases para volver temporalmente a sus hogares, así como ir mejorando sus condiciones de vida hasta llegar a un nivel donde hubiesen sido erradicados sus defectos y fallas.
 
Mediante entrevistas, tests e informes, se proponía separar en tres grupos a los homosexuales:

  • De tipo A. Afines o vinculados con la Revolución (transitoria)
  • De tipo B. Contra-revolucionarios que no se quieren ir del país
  • De tipo C. Contra-revolucionarios que se quieren ir del país (transitoria)
El primer documento propone la creación de un Centro Modelo de Reeducación, en el cual se les sometería a estancias que podían variar entre seis meses a dos años, combinando adoctrinamiento político, labores de producción agrícola, entrenamiento militar y rehabilitación social. Los objetivos incluían «borrar todo comportamiento amanerado o antisocial, Desarrollar su conciencia político-social para que siendo homosexual en nada contravenga a los planes de prevención de la homosexualidad (en particular en lo concerniente a menores), Darle orientación profesional con base al plan presentado al C(omité) C(entral) sobre profesiones vetadas a homosexuales y Detectar los casos de posible cura para remitirlos a los organismos competentes». Tales propuestas, concluye el texto de dos cuartillas, «tienen el mérito de poder integrarse en cualquier plan de reestructuración del Servicio de Homosexuales del Ministerio del Interior y no chocar con un plan de prevención».
 
En el tercer documento (el único que aparece firmado, por el soldado UMAP Enrique González Suárez), se reconoce que «El desconocimiento científico de las causas y los remedios para la homosexualidad nos imposibilita dar una solución definitiva a este problema». Dos obsesiones recorren este legajo: «un estudio serio y científico del problema» y «la eliminación de las manifestaciones externas de la homosexualidad como medio de adaptación social del homosexual». «Hay mayores posibilidades de utilización social del homosexual que no presente manifestaciones externas de su problema, y que al mismo tiempo esté claro del significado social del mismo para la Revolución», añade.
 
La aspiración a lograr ese híbrido implicó el quehacer de sicólogos y especialistas, dentro de las UMAPS, y estos documentos se construyen como textos que intentan racionalizar científicamente los rasgos y señales advertidos en las entrevistas hechas a los reclusos en pos de establecer sus patologías y diseñar una labor profiláctica.
 
Más allá de esas intenciones, lo cierto es que varios testimonios indican que en esos campamentos se pasó del castigo a la tortura, tal y como recuerda Félix Luis Viera en su serie de seis artículos publicados en el sitio digital Cubaencuentro, bajo el título «Para colaborar con Mariela Castro» en el año 2011. No se trataba solo del trabajo forzado por varias horas, sino de severas medidas disciplinarias que incluían atar a los internos en las cercas, bajo el sol inclemente o golpizas (como las que se recuerdan en Conducta Impropia), que continuaban el maltrato que, desde el traslado a los campamentos, en condiciones paupérrimas, se les impuso; sin contar la amenaza permanente de no obtener algún pase o visita de familiares.
 
Ahí se generaron traumas que perduran en la piel y la memoria de quienes padecieron esas medidas, o vieron sus vidas borradas bajo este tipo de prácticas, y quedarían marcados por esa experiencia cuyo único antídoto aún hoy parece ser el más sombrío de los silencios.
 
Lo que añaden estos textos a lo que se sabe sobre las UMAPS entra ahora a formar parte de ese archivo roto e intermitente que hay que reconstruir cada vez que el tema logra alguna visibilidad. Cuando se cierran los campamentos de las UMAPS, que para 1968 estaban bajo la dirección de Quintín Pino Machado, caen en el olvido incluso los artículos periodísticos que en Granma o Verde Olivo quisieron dar una idea maquillada de lo que allí aconteció.

Una historia por contar
 
Como un fantasma que regresa incluso a pesar suyo, el mito pesaroso de las UMAPS reaparece para ser rápidamente contrarrestado, y varios acercamientos recientes al tema, publicados en algún sitio o revista oficial, tratan de aligerar el tono de las anécdotas más duras que Conducta Impropia, otros libros (Gays under Cuban Revolution, de Allen Young, Grey Fox Press, 1981; Benjamín, cuando morir es más sensato que esperar, publicado en Verbum por Carolina de la Torre, 2018), y nuevos documentales han dado a conocer. En uno de ellos, Luis Pérez, un matancero que pasó dos años en las UMAPS, reclama a Mariela Castro, directora del Cenesex, que se pida perdón a quienes, como él, pueden dividir su existencia en un antes y un después de aquel punto de sus biografías, tras ese cartel que repetía una frase de Lenin: «El trabajo os hará hombres» que se leía a la entrada de cada unidad.
 
Fotograma del documental En marcha con Mariela Castro
 
Lo que sucedió en las UMAPS fue la expresión palpable de esa incomodidad que desde sus primeros días el nuevo poder expresó hacia los homosexuales. En 1964 los estudiantes de vida y gustos «sospechosos» que habían llegado a las Escuelas Nacionales de Arte de Cubanacán fueron expulsados de sus aulas y albergues. La Depuración Universitaria fue otro antecedente, y en revistas como Mella Alma Mater se instigaba a eliminar a esos «seres extravagantes», tan peligrosos como los contrarrevolucionarios declarados.
 
Las UMAPS fueron un punto intermedio entre esas maniobras de limpieza y el quinquenio gris: todas forman parte de un ciclo en el que pervive el dejo homofóbico, el odio hacia múltiples formas de una diversidad, que no es solo ideológica, pero que en el discurso revolucionario se ha tomado como una expresión de blandenguería, de flojera física y moral incompatible con el gesto viril del revolucionario soñado. Es a esa «conducta viril revolucionaria» que se alude en estos documentos: una obsesión, repito, que no ha dudado en hacerse sentir por encima de las biografías y las individualidades que parecen extraviarse en las fotos donde una masa humana cubre plazas y calles bajo las consignas que los altavoces reproducían sin sosiego y a todo volumen, como ocurriría luego en los días agobiantes del Mariel.
 
Para algunos de sus lectores, todo esto podría parecer nuevo e insólito. Pero ahí está, insisto, una bibliografía y un archivo que el verdaderamente interesado tendría que reconstruir como un empeño personal. Los silencios del archivo, los laberintos que hay que atravesar para dar con una cita o una clave esclarecedora, son numerosos y enrevesados. La aparición de El cuerpo nunca olvida: trabajo forzado, hombre nuevo y memoria en Cuba (1959-1980), de Abel Sierra Madero, publicado por Rialta Ediciones en 2022, sirve como una brújula dentro de todo ello, porque resume y recoge mucho de lo que hay acerca del tema y aporta referentes obtenidos por su autor en un empeño que incluye los datos que obtuvo de María Elena Solé, una de las siquiatras a las que se confió el estudio de los sujetos confinados en las UMAPS con vistas a la posibilidad de una «rehabilitación».

El amplio estudio de Sierra Madero, amén de cubrir una zona ausente en su volumen Del otro lado del espejo: la sexualidad en la construcción de la nación cubana, Premio Casa 2006,  conduce a otros textos necesarios para ese repaso. Algunos de ellos son: La UMAPEl gulag castrista, de Enrique Ross (Ediciones Universal, Miami, 2004); Tras cautiverio, libertad, de Luis Bernal Lumpuy (1993) o Dios no entra en mi oficina…, de Alberto I. González Muñoz (2003). Más reciente, publicado en Cuba por el Departamento de Publicaciones del Centro Cristiano de Reflexión y Diálogo-Cuba, en 2019,  Llanura de sombras. Diario de un pastor en las UMAPS, del reverendo Raimundo García Franco.
 
En el Cuban Heritage Collection de la Universidad de Miami pude leer las cartas que el dramaturgo Héctor Santiago redactó desde las UMAPS cuando estuvo recluido ahí, donde menciona a Armando Suárez del Villar, el director teatral que me contó también su historia en esos campamentos donde también estuvieron Pablo Milanés y el luego cardenal Jaime Ortega. José Mario, el fundador de Ediciones El Puente, no llegó a terminar su novela La contrapartida, referida a sus vivencias allí. Memoria rota, archivo-laberinto; mosaico de un error que no por inmencionable deja de ser un peligro al acecho. En Cuba, artículos de Rafael Hernández («La hora de las UMAPS: notas para un tema de investigación», publicado por Temas en 2015) y Javier Gómez Sánchez («Hablar de las UMAP desde la Cuba de hoy», Cubadebate, 28 de noviembre de 2022) han intentado matizar la imagen que perdura en el tiempo, y que más allá de las excusas, sigue siendo tan dolorosa.
 
Estrenado en 2016, con dirección de Jon Alpert y producido por HBO, En marcha con Mariela Castro es ese documental ya aludido, que en pleno romance con la administración Obama se dispone a presentarnos a su protagonista como la adalid de un empeño que ella parece haber monopolizado. Viaja por Cuba, juega dominó con campesinos a los que lleva su prédica a favor de borrar la homofobia y la transfobia, habla de sus intenciones por modificar leyes y actitudes en las agendas oficiales del país. En una secuencia, como ya dije, uno de los ex reclusos de las UMAPS, que previamente describe como un amigo suyo, casi pierde la vista por los maltratos allí recibidos, y le habla de la necesidad de una disculpa a quienes sufrieron esas humillaciones.
 
Tres años más tarde, el comediante español Bob Pop se refirió a las UMAPS diciendo que los ahí detenidos se la pasaban «pirata», o sea, en plan diversión, lo cual me hace recordar cuando Leonardo Padura y Daniel Chavarría, en la Feria del Libro del 2015 polemizaron después que el uruguayo afirmara que a los homosexuales les «trataban como a señoritas». Y en una emisión del 2020, la propia Mariela Castro en el programa La tarde se mueve, conducido por Edmundo García, olvidando al parecer los dolorosos testimonios de Luis Pérez, comparó a las UMAPS con las «escuelas al campo», mientras se demora la investigación que el Cenesex ha prometido sobre este espinoso asunto.
 
***
 
La memoria cubana no es tan corta, me digo, sino más bien, intencionadamente caprichosa. Acceder a ella, entenderla como una herramienta fundamental que sobrepase la anécdota para dibujar un mapa de la Nación, capaz de asumir con entereza todos sus contraluces, exige la llegada de un nuevo gesto y una nueva épica, menos aferrada a extremos de silencio. Entrevistado en el 2010 por el periódico mexicano La Jornada, Fidel Castro asumió la responsabilidad de la persecución que vivieron en Cuba los homosexuales. Y aunque no faltó quienes tomaron dicha expresión como una disculpa y la emplearon como fin del problema, resulta obvio que para que tal cosa ocurra es necesario que se diga y reconozca mucho más.
 
Los archivos oficiales de las UMAPS, si sobreviven, deben estar bajo la protección del Ministerio del Interior. En un momento en el cual el gobierno cubano implanta una ley de transparencia acerca del libre acceso a la información, esta sigue siendo una interrogante compleja. No es la única. La idea de abrir archivos, de airear verdades, de descubrir nombres y responsables, se mantiene como una preocupación reticente que retarda la incorporación a la Historia de asuntos ya impostergables. Y también implica una posición ética, y una responsabilidad.
 
Mientras tanto, importa la voz del individuo, de la persona que lega una experiencia o un documento, con la esperanza de que ello sirva para esa reparación mayor que se demora. Y acelerarla, como propone la aparición ahora de estos papeles recién publicados, o como ya ocurrió con la filmación de la autocrítica de Heberto Padilla. Romper el laberinto, devolver al mosaico la pieza que falta y puede hacernos ver un panorama mayor que nos ayude a defender mejor el presente y aun el futuro, es una tarea ardua. Tanto, como ya imprescindible.
 
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