MARTHA FERRO: COMPROMISO
SOCIAL
DE UNA GRAN CRONISTA POLICIAL
Por Mabel Bellucci*
En la madrugada del 26 de febrero de 2011, murió Martha Ferro[1]. La acompañaban sus amigas íntimas, Alicia Schejter y Julia Sánchez, y su mujer, Adriana Carrasco, con quien se había casado en noviembre de 2010. Desde hacía siete años, por lo menos, los médicos le habían pronosticado seis meses de vida. No obstante, ella siguió con sus múltiples rutinas de vicios y placeres. Fumaba todo lo que podía, ponía el cuerpo en causas que despiertan vigilias, con una escritura plagada de virtudes literarias. Su periodismo áspero y severo se caracterizó por un compromiso feroz tanto por la desesperación de las mujeres frente la violencia machista como por un interés sublime por el pobrerío de los márgenes. Feminismo y socialismo, eso era Martha Ferro.
Buena parte de la izquierda porteña, fusión entre feministas veteranas y maduros dirigentes de partidos trotskistas que palearon historia desde abajo, quedó consternada por su fallecimiento. La primera en lanzar al rodeo intergaláctico la fatal noticia fue la periodista Olga Viglieca a través de la Red Informativa de Mujeres de Argentina, más conocida como RIMA: “Hola a todas, les cuento que ayer murió Martha Ferro, legendaria cronista de policiales en los diarios Crónica y Crítica, gran titiritera, trabajadora antipatronal y antiburocrática. Para las que tuvimos el honor de compartir sus experiencias, ella fue una hermosa persona”. Después de ese arrojo al vacío que implica el llamado de la muerte, comenzaron a llegar correos de condolencias y recuerdos varios. Nora Ciapponi, quien supo ser vicepresidenta del Partido Socialista de los Trabajadores (PST) en 1973, rompió lanzas con su palabra: “Era de esas personas que uno siempre piensa que son eternas, quizás por su fuerza y su pasión”.
Ferro, movida por el deseo incansable de siempre ayudar a otras mujeres, ofreció su identidad para que Ciapponi en 1979 pudiera salir del país: “No podía hacerlo con mi pasaporte, dado que vivía en la clandestinidad y era buscada. Por lo tanto, en la organización me falsificaron uno. Se necesitaba a alguien de una edad similar a la mía. Y se utilizó el de Martha que en solidaria actitud se prestó a facilitarlo. Así, me fui con mi foto y el nombre de ella. Luego en Nicaragua caí detenida. Temí por su situación en la Argentina. Finalmente, no le pasó nada”[2]. Mientras que Griselda Astudillo, amiga de andanzas titiriteras en la Compañía Medias Rojas, y luchadoras ambas por el aborto legal, seguro y gratuito, la recordó por sus garras de amazona que arañaron bellas letras.
A lo largo de los días se subieron dos largas entrevistas y una semblanza: por un lado, la revista Sudestada (diciembre de 2006. Nº55) bajo el título «Martha Ferro: la justiciera del Gatillo Fácil»; por el otro, el portal periodístico Artemisa con la entrevista «Periodismo de cachiporra», realizada por Silvina Molina (28 de marzo de 2007); por último, el Suplemento Radar del diario Página 12 con «La cronista roja» producido por María Moreno (6 de marzo de 2011). A través de estas notas, Martha supo desnudar su historia de vida. Gracias a tantos testimonios conmovedores, se pudo contar la historia de esta heroína que fuera cremada en la Chacarita. Sus cenizas fueron esparcidas por las empedradas callecitas de la Boca avisando que ella ya no estaría con nadie.
Nació en el Hospital Rawson del barrio porteño de Barracas, en 1942. Los datos biográficos más íntimos llegan de la mano de su compañera Adriana, quien cuenta que en 1965 empezó a estudiar psicología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (UBA), en la calle Independencia. Provenía de una familia de clase media baja, de inmigrantes italianos y vascos. De tanto escuchar historias, Martha quiso conocer directamente el mundo. Entonces falsificó una carta de invitación de una universidad estadounidense para mostrársela a su madre, quien le creyó, y en 1968 partió con lo puesto.
Se fue a Nueva York para conocer a Irwin Allen Ginsberg, poeta de los cincuenta y del antimilitarismo y hippismo de los sesenta, quien -junto a sus amigos William S. Burroughs y Jack Kerouac- fue escritor pionero de la Generación Beat. Allí, ella vivió siete años, en esa ciudad que concentra todo lo mejor y lo peor del capitalismo. A comienzos de 1974, cuando en la Argentina la expresión política más acabada eran los estallidos populares junto con las incipientes iniciativas de las organizaciones político-armadas, retornó para instalarse en Buenos Aires.
Feminismo socialista y clasista
La obra periodística de Martha Ferro está sumamente valorada por haber visibilizado la violencia hacia las mujeres desde una perspectiva feminista y de género, dentro de un formato tradicional como el de la prensa policial. Si bien ella acompañó a sus congéneres sometidas por la violencia “familiar” o “doméstica”, como se la denominaba en los comienzos de la democracia a partir de 1983 en Argentina, siempre veló por todos los sectores vulnerados. En efecto, su atención estaba puesta en las cuestiones más urgentes de las clases humildes al ser parte de un feminismo socialista y clasista.
El agudo compromiso de su pluma descolló sobre todo por haber dado voz a personajes y situaciones habitualmente ignoradas por el periodismo formal. El bagaje que traía consigo de su pasado feminista y trotskista de los años setenta la habilitó para ser una cronista policial de fuste, y además fue la preferida de Pancho Loiácono, el rey de la prensa amarilla. Este maestro le enseñó a mirar la escena del crimen y le dio libertad para accionar como quisiera. Martha cuenta en «La cronista roja»: “El mínimo detalle servía tanto para hacer policial popular como para levantar denuncias de injusticias de la gente pobre”.
En verdad, atendía otros apremios aparte de los de su género: los pibes de la calle, los jóvenes perdidos por la droga, la gente humilde que solo pedía una oportunidad, los estafados, los accidentes de trabajadores/as precarizados/as, los afectados por las inundaciones, los asesinatos de travestis, la desidia por parte del Estado frente a tantas injusticias. En fin, un mundo infinito difícil de llegar a sondear en una investigación acotada: la de una sociedad atravesada por fuertes corrientes de violencia que estallan diariamente.
En realidad, Ferro se volvió una cara un poco más conocida gracias al documental Tinta roja. En 1998, se estrenó en Buenos Aires producido por Carmen Guarini y Marcelo Céspedes[3]. El periodista Miguel Russo, en una nota que realizó -«La muerte metida adentro»- para la revista Veintitrés, 5 de noviembre de 1988, dice: “En primer plano, en blanco y negro, pincelaba el día a día de la sección policial, quizás la más famosa del periodismo argentino, del diario popular Crónica”.
Este film no tenía por tema las noticias policiales sino quienes las producían: un grupo de periodistas. Como en las novelas policiales de Raymond Chandler, tipeadores de dos dedos, fumadores pesados, varones jóvenes y viejos y una sola mujer, Martha Ferro, la figura protagónica. Varias escenas la presentaban como una profesional multifacética que, con una red de informantes espontáneos en los barrios, atendía denuncias en la redacción y abría expedientes propios. Confusos testimonios personales los convertía en información concreta y clara que se publicaba después en Crónica, Flash, Revista Esto, La Voz del mundo, a menudo en tapa. De ahí, quedó impresa la estrecha relación entre esta cronista, conocedora de la calle y de la policía, con la violencia de género. El film Tinta Roja configuró un mito alrededor de Martha sobre sus dotes en visibilizar la violencia hacia las mujeres.
Se podía suponer que las escenas en las que aparecía Martha estaban armadas. Carmen Guarini lo refuta: “Nos llevó cinco semanas de filmación. Éramos cuatro personas que interveníamos: el sonidista, el asistente de producción, el director de fotografía y yo. Juntas pinchamos los teléfonos para tener esos diálogos que luego aparecen en el documental. Quizás, por ser la cara más reconocible, la teníamos como cómplice. Para nada era ficción sino hechos reales y espontáneos. Seguíamos la noticia hasta el final. Tuvimos que ganarnos la confianza de los secretarios de redacción y tratar de no molestar en su ríspida tarea cotidiana. Todos los periodistas eran grandes profesionales. La misma revista Esto! como el diario Crónica, donde Ferro trabajó de 1986 hasta 2001, representaban una escuela del género policial”.[4]
En verdad, la especialidad de Martha fue lo que ella llamó el policial tramontina. Así lo definía a Juan Ignacio Boido en el Suplemento Radar del diario Página12, 6 de marzo de 2011: “Yo me encargo de los casos en los que se matan con un cuchillo de cocina. Porque no me va eso de que una fundación te dé diez lucas para investigar y después publicar un libro sobre un caso en el que ya sabemos quiénes son los culpables. En los casos simples está todo. Me interesan las historias cotidianas”. Su voz se configuró, entonces, en una suerte de conciencia crítica en torno a las desigualdades sociales, económicas y sexuales propia del régimen capitalista y patriarcal. Además, en ese género tan subestimado, como lo era en ese entonces el periodismo policial, los cronistas no solían firmar sus notas. Miguel Russo relata cómo era esa prensa representada por Ferro: “Sin firmas, periodistas sin nombre (para el lector), con su lenguaje, sus gestos, su forma de ser en el trabajo, su ausencia de protagonismo”[5].
En consecuencia, resultó más complejo descubrir cuáles eran los artículos que ella escribía. Algunos resultaban fáciles de detectar porque eran noticias relacionadas a la agenda de la mujer. Del mismo modo, hubo asesinatos y desapariciones de mujeres (Mabel Adriana Montoya, Cecilia Giubileo, Alicia Muñiz) con un impacto mediático importante en ese momento histórico, que también fueron cubiertos por ella.
Su opus magnum
Si bien la tarea periodística de Martha Ferro fue precursora en generar profundas aperturas sociales, políticas y culturales del género policial, por cierto sin el protagonismo de las redes virtuales del presente, a lo largo de su trayectoria existen dos medios gráficos que son los más desconocidos de su obra: la revista Todas (1979/1980)[6] y el diario La Voz del mundo (1982/1985).
En Todas sostuvo un rol protagónico como directora, poeta y redactora de misceláneas. Esta revista conjugó los variados perfiles de esta escritora y cronista: el literario, el feminista y el compromiso político acerca de la cuestión social. Lamentablemente, dicha publicación no se encuentra en las bibliotecas públicas sino en archivos personales de militantes feministas y de izquierdas de aquella virulenta etapa histórica. En cuanto a La Voz, Vivian Elem[7], periodista que integraba la redacción en el área de corresponsalías, en la mesa de noticias, relata que Ferro intervino como articulista con firma, lanzó una sección llamada «La Mujer», pero sin continuidad. El mismo representó el primero y único periódico que enfrentó al régimen militar. Su perspectiva estaba vinculada estrechamente a los organismos de derechos humanos, así como a las urgencias políticas de la transición democrática en adelante.
Representaron dos casos de una prensa deliberada y agitativa que interpeló a la sociedad en plena dictadura militar. A la vez, fueron precursores en demostrar cómo las mujeres y los grupos más relegados de la ciudadanía pueden devenir sujetos sociales, participantes en las transformaciones sociales y políticas de nuestro país.
Durante esos años de plomo y de desapariciones, fiel a una vida aventurera, Adriana relata la desesperación de Martha por vivir: “Consiguió lugar en un sótano que se hizo famoso por el tipo de gente que concurría. Estaba en San Telmo, en la calle San Lorenzo. Junto con la poeta Diana Bellessi levantaban información para ser difundida por los exiliados en el exterior”[8].
Ferro escribió en el diario Crónica durante 18 largos años. La despidieron en julio de 2001 luego de una huelga que impidió la publicación de tres ediciones. En Artemisa ella hacía un balance de su trabajo: “16 años en blanco y 2 en negro. Toda una vida”, reflexionaba con cierta amargura. Mientras que en Sudestada de 2006 salta esa mirada implacable que le dio su experiencia en el conurbano bonaerense para cubrir infinidad de casos hasta llevarla a convertirse en una cronista policial de fuste: “En 2005 llegué a la revista Esto! porque cerraron los vespertinos Crónica Quinta y Sexta y me pasaron a la sección policial del diario. Venía de trabajar en El Popular de Olavarría, que era de la señora Fortabat y cerró por un conflicto gremial. Después hice trabajos freelance con una fotógrafa llamada Cristina Freire, con quien seguimos el caso Giubileo. Casualmente, Cristina me había contado que Crónica iba a sacar una revista policial que supuestamente era un secreto de Estado, pero ya lo sabía todo el mundo”.
Paraba en el Británico, un bar emblemático de la gente de Crónica, en la esquina de Parque Lezama. Ella pertenecía a esa raza de gente que existió alguna vez en Buenos Aires, no hace mucho tiempo atrás, capaz de entregarlo todo por los demás. Su corazón se abría sin necesidad de insistirle demasiado. Antes de entrar en coma, volvió a leer Patricia Highsmith y a su amada Rosa Luxemburgo. Fue lo último que hizo y que alcanzó a disfrutar.
* Activista feminista queer. Integrante del Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES) en el Instituto de Investigación Gino Germani (IIGG)-UBA y de la Cátedra Libre Virginia Bolten de la UNLPlata. Autora Historia de una desobediencia. Aborto y Feminismo. Capital Intelectual. Segunda edición 2018.
[2] Entrevista
realizada por la autora, Buenos Aires, marzo de 2011.
[3] Todo comenzó cuando el organismo de Derechos Humanos CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) contactó a Céspedes y Guarini para hacer un trabajo institucional sobre el tema de la violencia policial. Entre las personas a entrevistar había periodistas del diario Crónica y el director de la revista sensacionalista ¡Esto! pero al dejar de publicarse esta última, los directores adaptaron su filme en la redacción de Crónica.
[5] Entrevista realizada por la autora, Buenos Aires, mayo de 2018.
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