HEINZ HEGER: LOS HOMBRES DEL TRIÁNGULO ROSA.

HEINZ HEGER:  LOS  HOMBRES  DEL  TRIÁNGULO  ROSA.
MEMORIAS  DE  UN  HOMOSEXUAL EN LOS  CAMPOS  DE
CONCENTRACIÓN.
 
HEGER,  Heinz:  Los  hombres  del  triángulo  rosa. 
Memorias  de  un  homosexual en los  campos 
de  concentración. 
Traducción: Eduardo  Knörr  Argote. 
Madrid: Amaranto, 2002.
164 pp.
 
El título de esta obra objeto de reseña descubre el contenido con precisión: los hombres  del  triángulo  rosa.  El  subtítulo  descifra  la  intención:  memorias  de  un  homosexual  en  los  campos  de  concentración  nazis.  El  autor,  Heinz  Heger,  pseudónimo del escritor vienés Hans Neumann1 (1914-1979), describe fielmente un  aspecto  poco  conocido  de  la  barbarie  nazi:  la  persecución  sistemática  de  los  homosexuales. A diferencia de los numerosos relatos existentes de judíos supervivientes de los campos de concentración, apenas hay testimonios de una minoría socialmente  tildada  de  nociva,  enferma,  degenerada  y  débil,  olvidada  por  los  hechos históricos y estigmatizada con un símbolo peculiar: el triángulo rosa.2 Sin embargo, y paradójicamente, la importancia que esos acontecimientos poseen en la conciencia histórica del presente parece mucho mayor que hace unas décadas.
 
Los  hechos  relatados  y  vividos  en  primera  persona  por  Joseph  K.,  sobreviviente  de  la  hegemonía  ideológica,  describen  la  trayectoria  legislativa  hasta  suprimir  los  derechos  fundamentales de todo ser humano, cómo se llevó a cabo la persecución  de  estos  hombres  y  las  torturas  y  vejaciones  sufridas,  con  un  único  fin: ni lo sabemos todo ni la aberración no es tan ajena; resulta fundamental, incluso en la actualidad, comprender mejor la naturaleza de los actos para impedir su  repetición,  en  otro  lugar,  en  otro  momento.  Demasiados  son  los  signos  que  muestran que la brutalidad ejercida en los campos de concentración podría repe-tirse si se dan las condiciones adecuadas, que las masas se habitúan a la violencia y al crimen si se les plantea desde un nivel superior como una exigencia patriótica, racial o religiosa.3
 
Resulta  interesante  e  interrogante  cómo  la  historia  califica  a  determinados  grupos  sociales:  “violetas”. 4,  así  se  denominaban  los  homosexuales  en  España  durante la dictadura de F. Franco, al menos su génesis poseía tintes culturales ya que procedía de la obra La prisionera(Édouard Bourdet, 1926), en la que la presencia de una lesbiana que rompía la paz de los hogares burgueses convencionales estaba marcada por esta flor.
 
1 H. Heger tardará varios años hasta que una editorial publique el manuscrito; se trataba, además, de su primer libro. Die Männer mit dem rosa Winkel será publicada en 1972 por la editorial Merlin; en  1980  aparecerá  la  traducción  inglesa  en  Estados  Unidos  y  Gran  Bretaña.  La  reedición  de  esta  obra, en inglés y en alemán, la convierte en el testimonio personal más importante de la persecución nazi contra los homosexuales.
2  Explica  H.  Heger  que  el  motivo  por  el  que  la  literatura  de  supervivientes  homosexuales  no  abunda,  es  sencillo,  dado  que  al  finalizar  la  guerra  la  homosexualidad  seguía  estando  mal  vista  en  Europa, e incluso castigada en muchos países, tal es así que los que habían sido prisioneros del triángulo rosa no se atrevían a airear y mucho menos a publicar sus experiencias, temerosos de avergonzar a sus familiares y de sufrir nuevas penalidades. Con todo, quedaban reducidos al silencio.
3 TORAN, R., Los campos de concentración nazis. Palabras contra el olvido. Barcelona: Editorial Península 2005, 12.
4  ARNALTE,  A., Redada  de  violetas. La represión  de  los  homosexuales  durante  el  franquismo. Madrid: La esfera de los libros 2003, 19. Otros calificativos que recibían los homosexuales: sarasas, mariposas, marimachos, tríbadas, gente de la cáscara amarga o de la acera de enfrente, entre otros.
 
La violeta se convertiría en el icono de la homo-sexualidad en general y con posterioridad teñiría a los homosexuales masculinos, denostados así por autoridades y periodistas de sucesos. En Alemania, por el contrario, una vez que este colectivo ingresaba en prisión o en campos de concentra-ción era señalado con diversas marcas: lunares negros, el número 175, la letra A5, hasta que se generalizó el pedazo de tela con un triángulo rosa. Colectivos separados por adjetivos y, en cambio, unidos por sus respectivos códigos penales.6
 
El  código  penal  alemán  de  1794,  en  su  artículo  143,  explicaba:  “La  fornicación contra natura, realizada entre personas del sexo masculino o de personas con animales,  está  castigada  con  una  pena  de  cárcel  de  seis  meses  a  cuatro  años,  además de la suspensión temporal de los derechos civiles” (§143 StGB). 7
 
En 1871, a raíz de la unificación alemana, el nuevo código penal introduciría el  sustituto  del  anterior,  el  artículo  175,  manteniéndose  invariable.  Desde  1965,  en su apartado b, y hasta 1969 abarcaba incluso los “actos contra natura con animales”; además se endurece con el incremento de la pena máxima de seis meses a cinco  años  de  prisión.  Originariamente  sólo  refería  la  actividad  sexual  (a  todo  tipo  de  acciones  obscenas)  pero  el  nuevo  apartado,  175b,  pensado  para  “casos  con agravante”, prescribía penas de uno a diez años de trabajos forzados. Hasta el 11 de junio de 1994 no sería derogado.  
 
En 1898 las peticiones de Magnus Hirschfeld, famoso médico-sexólogo judío y  defensor  de  los  derechos  de  los  homosexuales,  y  su  Comité  Científico-Humanitario  fueron  apoyadas  por  los  socialdemócratas  en  el  parlamento  alemán  con la finalidad de revocar el artículo 175. En 1929, y con el favor de los comunistas,  consiguieron  que  un  comité  parlamentario  recomendara  su  abolición.  No  obstante, de nada sirvió tanto esfuerzo e intensidad8 pues a finales de ese mismo año  el  partido  nacionalsocialista alcanza 103 escaños y la reforma del código se convierte en una misión imposible. Cuatro años más tarde Hitler consigue el poder y, por ende, un largo periplo de promulgación de leyes que evidenciarán una campaña de represión y exterminio contra sus enemigos predilectos sin precedentes en la historia europea.  
 
5 La letra A se correspondía al grupo denominado “asociales”, considerados una clase marginada de delincuentes, prostitutas, mendigos y vagos.
6 En España el código penal recogía la Ley de Vagos y Maleantes (04/09/1933), siendo modificada por la Ley de Peligrosidad Social en 1970 y vigente hasta 1978.
7 Strafgesetzbuch:  Código  penal.  En  el  artículo  175  no  se  incluía  la  homosexualidad  femenina,  para el nacionalsocialismo el lesbianismo se trataba de una moda y no una debilidad genética, tanto es así que ninguna categoría identificaba a las mujeres homosexuales. Muchas de ellas se salvaron de las  deportaciones  gracias  a  su  capacidad  de  procreación,  que  se  correspondía  con  las  normas  de  la  política de natalidad nazi; sin embargo no se libraron ni de las persecuciones ni el ejercicio forzado de la prostitución en los campos de concentración en beneficio de los capos (prisionero con algunas responsabilidades sobre su brigada de trabajo) y de los propios recluidos.
8 Importantes científicos, artistas y escritores alemanes como Alfred Döblin, Albert Einstein, Ge-org  Grosz,  Gerhard  Hauptmann,  Hermann  Hesse,  Engelbert  Humperdinck,  Karl  Jaspers,  Käthe  Kollwitz,  Max  Liebermann,  Thomas  Mann,  Rainer  Maria  Rilke,  Max  Scheler,  Arthur  Schnitzler,  Felix  Weingartner,  Heinrich  Zille,  August  Bebel,  Karl  Kaustky  y  Harry  Grad  Kessler  apoyaron  en  uno u otro momento la petición para invalidar el artículo 175.
 
Si admito que hay de uno a dos millones de homosexuales, esto significa que un 7 u 8%  de  los  hombres  son  homosexuales.  Y  si  la  situación  no  cambia,  significa  que  nuestro  pueblo  estará  infectado  por  esta  enfermedad  contagiosa  [...]  A  largo  plazo,  ningún  pueblo  podría  resistir  semejante  perturbación  de  su  vida  y  de  su  equilibrio  sexual [...] La homosexualidad impide todo rendimiento, destruye todo sistema basa-do  en  el  rendimiento.  Y  a  eso  se  une  el  hecho  de  que  un  homosexual  es  un  hombre  radicalmente enfermo en el plano psíquico. [...] Nosotros hemos de comprender que si este vicio continúa extendiéndose en Alemania sin que lo combatamos, será el final de Alemania, el fin del mundo germánico. (“Discurso de Heinrich Himmler sobre la homosexualidad”, 18/02/1937. Toran 2005: 41).
 
La  política  demográfica  nacionalsocialista  poseía  una  idea  sui  géneris de  la  criminalidad, tal es así que un criminal era un producto de la biología, por tanto el castigo  y  la  disuasión  resultaban  estrategias  condenadas  al  fracaso  y  el  entorno  dejó  de  convertirse  en  el  lugar  de  origen  del  crimen  siendo  reemplazado  obvia-mente por la genética. A partir de esta creencia la reducción de las infracciones se basó  en  la  eliminación  del  cuerpo  peligroso,  bien  aislando  a  los  “asociales”  en  campos  de  concentración  o  esterilizando  a  aquellos  sujetos  considerados  “indignos” desde una perspectiva genética.
 
Joseph  K.,  el  protagonista  austriaco  de  estas  memorias,  de  familia  pequeño  burguesa  con  estricta  moral  católica,  fue  detenido  en  1939  con  24  años  y  conde-nado a la pena de siete meses de prisión, endurecida con un día de ayuno al mes; a mediados de enero de 1940 fue trasladado a Sachsenhausen-Oranienburg,  campo  de tortura y de trabajos forzados y hasta 1942 el Auschwitz de los homosexuales; en mayo de ese mismo año viajaría definitivamente al campo de Flossenbürg (Baviera)  con  tan  extremas  condiciones  de  vida  como  el  anterior.  La  pena  de  siete  meses se mutó en seis años de penalidades, torturas y sometimientos; en la noche del 22 de abril de 1945 unos guardias de las SS lo abandonan en un campo junto a un grupo de homosexuales austriacos por temor a la llegada cercana de las fuerzas aliadas.
 
Tras regresar del campo de concentración no fue readmitido en su antiguo puesto  como  empleado  de  la  oficina  de  Correos,  por  tanto  decidió  trabajar  como  vendedor de artículos para el cuidado del cuero y el calzado; a la edad de 52 años se cambiaría al ramo textil. En sus reflexiones sobre la nueva estampa de Alemania le resultaba arrogante considerar que el destino había escogido a este país para dirigir  y  gobernar  Europa,  motivo  suficiente  como  para  no  comulgar  ni  con  los  nuevos amos nazis de Austria ni con su ideología, que no llegaba a comprender:
 
¿Qué había hecho yo para tener que pagar de esa manera? ¿Qué crimen infame hab-ía cometido o qué daño había causado a la sociedad? Había amado a un amigo mío, no a un menor, sino a un hombre adulto de 24 años. No encontraba nada malo ni de inmoral en ello.
 
¿Qué clase de mundo es este y qué personas viven en él para decirle a un hombre adulto cómo y a quién debe amar? ¿No es cierto que cuantas más inhibiciones sexuales y complejos de inferioridad tiene un legislador, más se le llena la boca al hablar de los sentimientos supuestamente sanos de la sociedad? (29).
 
Finalizada  la  guerra,  el  Ayuntamiento  de  Viena  constituye  una  oficina  provisional para los repatriados de los campos de concentración, lo que suponía la res-puesta a una indemnización que reconociera sus derechos como perseguido duran-te la ocupación nazi y condenado por un delito tipificado penalmente; no obstante las  autoridades  rechazaron  todas  sus  propuestas  animándole  a  que  cambiara  su  triángulo rosa por el rojo, icono de los presos políticos; en calidad de “sarasa” no obtendría ninguna ayuda. Desde 1971, año en que se despenaliza la homosexualidad en Austria, y hasta 1992 Joseph K. consigue que el estado austriaco le compu-tara el pago de la pensión tras numerosas solicitudes y trámites de documentación. Nuestro  protagonista  fallecería  con  80  años  en  1994  sin  recibir  la  indemnización  por la persecución que sufrió.
 
A través de las páginas de esta obra el lector descubre cómo se llevaba a cabo la  persecución  a  los  homosexuales;  la  Gestapo,  policía  secreta  del  Estado,  decomisaba  documentación,  cartas,  fotos  con  dedicatorias  y  libretas  de  direcciones  a  otros de sus homólogos o a sus propios compañeros sentimentales, bastaba con ser conocido para convertirse en sospechoso; a partir de ese momento comenzaba la detención, interrogatorio, ingreso en prisión y juicio. En su caso, el descubrimiento  de  una  fotografía por parte de un importante personaje nazi del Reich  y  padre  de su compañero sentimental, Fred, conduce al apresamiento. El procedimiento de su amigo, segundo acusado, sería sobreseído por enajenación mental y, obviamente,  debido  a  las  influencias  del  jerarca  citado,  que  consiguió  mantener  a  su  hijo  fuera del proceso. Aunque nuestro personaje se sometió a las leyes existentes contra la sodomía, muchos fueron sencillamente secuestrados en las calles y arrojados en campos de concentración sin pasar por los tribunales; en la intención subyacía un deseo extremo por alejarlos de forma permanente de la sociedad9.
 
El  grupo  de  triángulos  rosa  de  Sachsenhausen-Oranienburg  estaba  compuesto  de 250 hombres, sus distintivos debían superar en centímetros al resto de símbolos10 de  colores  con  la  única  función  de  ser  reconocidos  claramente  desde  lejos.  Judíos,  homosexuales  y  gitanos  eran  los  prisioneros  que  con  mayor  asiduidad  y  dureza sufrían las torturas y golpes de los superiores. Los jefes de la SS y el director  del  campo  los  describían  como  escoria  de  la  humanidad,  gente  sin  derecho  a  vivir  en  suelo  alemán  que  debía  ser  exterminada.  Sin  embargo,  “los  segundos  constituirían la última basura de esta escoria” (38).
 
9 FRITZSCHE, P.: Vida y muerte en el Tercer Reich. Barcelona: Editorial Memoria Crítica 2009, 112. 
10 Los colores de los triángulos que portaban los prisioneros eran los siguientes: amarillo para los judíos,  rojo  para  los  presos  políticos,  verde  para  los  criminales,  rosa  para  los  homosexuales,  negro  para los antisociales, morado para los testigos de Jehová, azul para los emigrantes y marrón para los gitanos.
 
Ya en el recinto eran obligados a permanecer desnudos y descalzos en pleno mes de enero y con temperatura bajo cero, ducharse con agua fría hasta desmayarse y congelarse, eran rasurados al completo (incluso el vello púbico), sólo les estaba permitido dormir con camisones y con las manos fuera de las mantas, los controles nocturnos se realizaban con mucha frecuencia, aquel que fuera detectado con el calzoncillo puesto era conducido  al  exterior,  mojado  con  agua  fría  y  obligado  a  permanecer  a  la  intemperie,  tras la consiguiente pulmonía se les conducía a la enfermería, en donde servían de conejillos  de  indias  para  experimentos  médicos  que  finalizaban  con  la  muerte;  estaba prohibido hablar con otros internos por posibles intentos de seducción, así como  acercarse  a  menos  de  5  metros  de  los  demás  bloques;  a  toda  costa  debían  permanecer aislados; como tormento físico y psicológico sus jornadas de trabajo, de exclusividad propia para los homosexuales, consistían en recoger nieve con las manos  desnudas  (no  contaban  con  guantes)  y  depositarla  al  otro  lado  de  la  calle;  en el verano de 1943 debían visitar de forma regular y obligatoria, tras pago de 2 marcos,  un  lupanar,  Himmler  pensaba  que  así  se  curarían  de  su  tendencia  homosexual; en el interior de los campos eran víctimas sexuales de los propios capos, a los cuales favorecían y con ello tenían asegurada la comida y evitarían los castigos procedentes de otros oficiales, se convertían en “los protegidos y nuevos amigos”; en definitiva, una enumeración de sucesos diarios que pondrían la carne de gallina  a  cualquier  observador  externo. 
 
Con todo,  el  tema  más  escabroso  correspondía a las torturas, indescriptibles en estas páginas por su dureza verbal e imagen  mental;  y  a  los  castigos,  como  el  potro,  con  varios  instrumentos  para  atizar,  desde correas de perro hasta varas de madera; y el poste de madera con gancho de hierro, a 2 metros de altura, al que se amarraba de los brazos y conducía a que los hombros se descoyuntaran. 

Entre 5.000 y 15.000 hombres fueron internados en campos, aislados del resto de  deportados;  sin  contar  a  las víctimas  de  las  cárceles,  sólo  en  los  campos  del  Reich murieron un 60% de homosexuales.
 
¿En qué se basaban para arrogarse el derecho de erigirse en jueces y considerarnos la  casta  inferior  entre  los  prisioneros  precisamente  a  nosotros,  que  no  habíamos  hecho  daño  alguno  a  nadie  y  que  no  habíamos  cometido  ningún  pecado  contra  el  bien común de la humanidad? (137). 

Estas  memorias  constatan  el  pasado  colectivo  de  las  víctimas,  de  su  testimonio, de su lucha, de su humanidad pisoteada y ultrajada; es preciso considerar al nacionalsocialismo como la más vasta empresa de propaganda que conocieron los tiempos, un producto mediocre que no sólo lo convirtió en el soberano o producto estrella  de  todos  los  mercados  sino  también  engañó  al  pueblo  alemán  y  a  otros  ajenos y distantes.
 
Christina HOLGADO
 
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