EL NUNCA MÁS DE LAS LOCAS
De Matías Máximo
Buenos aires,
Marea Editora,
2023
Natalia Cocciarini
Universidad Nacional de Rosario –
Universidad Nacional de Tres de Febrero
Profesora de Historia (FHyA, UNR); Historiadora del Programa Universitario de Diversidad Sexual (CEI, UNR), Maestranda en Estudios y Políticas de Género (UNTREF)
Contacto: natalia.cocciarini@gmail.com
Portada: Matías Máximo, 2023. Foto: Eugenia Kais.
En ocasión de cumplirse 40 años de la vuelta a la democrática tras el último golpe de Estado argentino, este libro de Matías Máximo, bajo la fórmula del Nunca Más-una frase que pertenece al pueblo argentino-, abre un capítulo para la subjetividad loca. Irrumpe como condensación de impulsos latentes, a la espera de ponerse en la palestra con la fuerza de las voces que han sido silenciadas durante, por lo menos, estos 40 años que lleva la recuperación democrática.
Para mostrar entonces, para quiénes, esa propiedad popular que consigna la exigencia de la no repetición de las vejaciones de estados terroristas, aún no ha aplicado. Es, por tanto y como mínimo, una reposición histórica; y para los más metódicxs es, también, una pregunta por lo historiográfico, ¿frente a qué (H)historia se constituye en necesarios estos relatos? El autor decide introducirnos a su trabajo con el acontecimiento que supone el corte en una periodización de ciclos de dictaduras y democracias argentinas: la asunción del gobierno democrático y la puesta en marcha del plan para juzgar a los militares.
En las mismas primeras líneas ubica la esperanza de maricas, travestis y lesbianas por la cual la mencionada recuperación había supuesto una oportunidad de ver constituida, por primera vez, su ciudadanía que, como se expone luego, estuvo vedada históricamente desde antes y mucho después de ese segmento de intensificación del horror. Allí reconstruye el entramado institucional para el enjuiciamiento y las tensiones en los órganos que pusieron en marcha las denuncias. Entre ellas, el dato ahora conocido que del rabino Marshall Meyer -“único miembro de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas que hablo de una violencia específica a las personas LGBT+ esos años”-le diera a Carlos Jáuregui y que este expuso en 1897 y 1996.
Y aquí se produce ya el primer aporte de Máximo: el develamiento de la promesa incumplida –la primavera marchita-, de los mecanismos por los que se puso en marcha la construcción de un relato nacional que, para funcionar, ha construidos “buenas víctimas”, ha diseñado vectores homogéneos para el análisis enjuiciante del terrorismo de estado; en el que como antes, han quedo poblaciones confinadas a los sótanos; los subterfugios de las narraciones sobre la última dictadura militar que perpetuarían el ocultamiento de aquello que aún no tenía modo de emerger a la narrativa.
A partir de allí se abren 9 capítulos en los que el autor va atravesando histórica e historiográficamente, sin manifestarlas como programa de escritura, esas cuestiones: ¿por qué en 1983-1984 las intervenciones de Meyer no fueron consideradas por la CONADEP? ¿Por qué tampoco las posteriores denuncias de Jáuregui sobre las ausencias en las listas oficiales tuvieron impacto en el colectivo social en búsqueda de verdad y justicia? Pero también sobrevuela la búsqueda en torno a si hubo un plan sistemático (esto es, diagramado y bajo órdenes precisas) de persecución específica por motivos sexogenéricos.
El recorrido y la reconstrucción de Matías Máximo, a partir de distintas vivencias y testimonios, va esbozando respuestas posibles mucho más complejas y profundas y mucho menos explícitas y simplistas que la de corroborarlo, por la positiva, en un documento que pueda haber emitido algún Ejecutivo de turno. Los capítulos entonces van reponiendo esas experiencias a la vez personales y grupales, que suponen un registro del terror y los mecanismos de resistencia para sobrevivir o para transitar el deseo.
Al respecto, el primero repone las vivencias en algunas pequeñas islas del Delta del Tigre, un lugar al que se peregrinaba los fines de semana “para escapar un rato de la dictadura” pero que pronto se convirtió en “la tierra prometida”. Esa comunidad flotante en la que nacieron leyendas y mitos de las que el autor corrobora su existencia, se concibió como resguardo al miedo latente y las violentas detenciones que en la ciudad vivían travestis, gays y lesbianas.
Lo que el autor construye es la ponderación simbólica de la estrategia de camuflaje, del sinsentido del decir-se identidades u orientaciones en un espacio celebrativo autoproclamado. Por el contrario, en los capítulos 2 y 3, la resistencia es narrada como la circulación de información o las tácticas de escapatoria, la socialización de las cuales es posicionada, por una de ellas trabajadoras sexuales travestis, como forma de militancia.
En “Corre y no mires para atrás” el autor comienza a exponer la estructura de leyes, edictos y contravenciones vigentes desde 1949 que penalizaban, principalmente, la existencia travesti y sus correlativos reglamentos de procedimientos para su aplicación (de lo que allí estuviera previsto y de lo que no), supeditada una hermenéutica moral sexual que tenía un brazo policial ejecutor, embestido como juez y verdugo. Entre este y dar “Dar cuerpo al escándalo” expone la especial saña y vejación sobre los cuerpos travestis.
Los testimonios de Valeria del Mar Ramírez y Julieta González “La Trachyn”permite mapear centros de detención por los que circulaban, crímenes de los que fueron víctimas y que presenciaron, así como la larga espera por la justicia a la que están aún sometidas. Además, el autor abre un nuevo aporte que se desarrollará a lo largo del libro. Si, por un lado, con la periodización ampliada puede narrar los crímenes del estado argentino contra “las locas” antes y después de 1976-1983 –“dictadura y democracia son momentos que a La Trachyn se le mezclan”-, de manera paralela, este trabajo es el trayecto de cómo llegamos a estas otras actuales condiciones históricas de posibilidad para traer a nuestra historia nacional el precepto sexogenérico de los horrores cometidos.
En los capítulos 4 “Las locas se organizan” y 5 “Betters intelectualosas y artistas troskas” vincula el proceso de organización de homosexuales y lesbianas respectivamente a través de los contactos o pertenencia de algunos militantes a otras estructuras organizativas y/o gremiales; y sus agendas y acciones al pálpito de los acontecimientos políticos institucionales y con algunas influencias internacionales. En el primero, a partir de las historias de Héctor Anabitarte, Néstor Perlongher, Jorge Giacosa, Daniel Molina, Fernando Noy.
Pero además construye cartografía de teteras fijas e improvisadas como espacios de sociabilización sexual para el cual obviamente también se desarrollaron códigos de supervivencia comunitaria. Allí se cruzan las lecturas de Modarelli y Rapisardi y los testimonios de Juan Queiroz y Guillermo Lovaganini -con quien aparece la ciudad de Rosario-. En el segundo se recogen los testimonios de Julián García Acevedo y Adriana Carrasco, la experiencia de Martha Ferro y Elena Napolitano; se entrelazan las instancias de activismo con el circuito del yire de lesbianas y sus códigos que tuvieron su summum en el Sótano de San Telmo.
Entre ambos capítulos se desarrollan las particulares formas de persecución, detención y tortura; los vínculos entre gays, lesbianas y feministas, permitiéndole dar cuenta de cómo la dictadura fue también la interrupción de un proceso de desidentificación, de sexualidades más nómades: “vibrantes, escurridizas, orgiásticas”, como mecanismo de resistencia a la represión física, y como posicionamiento político ante la captura discursiva, a cuya salida, amparada en otra narrativa, se configura de otro modo.
Si las operaciones críticas se fueron suscitando en el libro a partir de relatos vivencias, en el capítulo 6 “DIPPBA: la inteligencia de Estado al servicio de la moral” el autor rastrea cómo el trabajo de espionaje da cuenta de una periodización más amplia que va desde 1940 y llega hasta 1998, en el que se fichaban detalles sexogenéricos y de las conductas sexuales, poniendo de manifiesto un andamiaje montado en torno a la sexualidad no normativa, y que se llevaron con testimonios que los vecinos aportaban a la policía -como dimensión cívica de la legitimidad de los procesos y mecanismos represivos-.
Lo interesante de este apartado radica además en que Matías Máximo coloca en paralelo el informe de Néstor Perlongher de 1979 para denunciar el hostigamiento en las distintas provincias del país mediante edictos criminalizadores de la sexualidad. Se cita la idea de Perlongher respecto de que el régimen instaurado en 1976 “se inscribe en el contexto de una sociedad tradicionalmente erotofóbica según lo cual, ser o parecer gay en Argentina se ha convertido en una aventura peligrosa. La línea con Perlongher sigue en el capítulo 7 “Malvinas, entre el militar machismo y los antihéroes”.
Se recupera la temprana y casi solitaria desconfianza del escritor a la gesta patriótica, como una de las grandes visiones sobre el operativo nacionalizante y, en ella la re-funcionalización heteropatriarcal, poniendo en perspectiva a Malvinas en el plano de la moral y la represión. Matías Máximo repone esa hipótesis con los testimonios para plantear que “las torturas recibidas en las islas formaban parte del plan sistemático de la dictadura, y no debe leerse como meras acciones de guerra”. Se despegaron mecanismos de disciplinamiento y amedrentamiento en función del “militar -machismo, una forma de denigrar a cualquiera que se corriera de lo que Ejército consideraba su hombre ideal”.
Con este capítulo se evidencia que la postergación en la posibilidad de ver justicia se entrecruza, en este caso, con la sufrida por soldados y conscriptos combatientes; el autor cierra el capítulo con un nuevo giro discursivo subjetivamente político que se dan esos actorxs: se desenmarcan de la pretendida gesta heroica, en una desidentificación, hacia la figura de antihéroes; aquí el lugar con el que se pretendió restituirles, y que suponía ubicarlos en lo más alto de la jerarquía en el sistema de valores, supuso el silencio -nuevamente ese gesto machista-masculinista- por el cual no hay lugar al dolor ni cualquier sentimiento que, por el contrario, pudiera haber expresado una verdad sin la cual no hubo posibilidad de restitución.
Tanto para soldados y conscriptos como para travestis, transexuales y trans, se ubica al 2012 con el decreto presidencial para la desclasificación del “Informe Rattenbach” y la sanción de la Ley de Identidad de Género como un momento nodal para que las víctimas, a partir de esos instrumentos, cuenten con legitimidad y para poder denunciar los crímenes y declarar en las causas. En el capítulo 8 “La vida era un exilio”, Máximo trabaja con las historias de travestis para nuevamente exponer el poder punitivo del Estado como estrategia de control social por el cual se vetaba sus existencias.
En este capítulo, se ubica el proceso de reparación que emana desde el Estado desde el 2012 -Marzia, una de “las reparadas” santafesinas, prefiere “reconocimiento”-, y por el cual la figura de presas políticas por identidad de género comienza a usarse en los procesos de memoria y reparación. Este capítulo permite dimensionar la búsqueda y lo que se le impone como exigencia al autor, en relación a moverse por el territorio nacional, develando, por un lado, la sistematización del plan de exterminio del gobierno de facto y por otro, la migración interna como mecanismos de sobrevivencia antes, durante y después del período 1976-1983.
Pero, además, las respuestas políticas que construyeron precedentes hasta entonces impensados como las pensiones reparatorias a presas políticas trans bajo la ley santafesina de reparación para detenidos por razones políticas durante la última dictadura militar. Como queda dicho, la dictadura cívico-eclesiástico-militar (el autor va ubicando sobrados elementos de esta orquestación tripartita a lo largo del libro), tiene una continuidad represiva para las sexualidades que escapaban de la norma sexual, mucho más allá de 1983 y con especiales mecanismos persecutorios y represivos a veces intensificados.
En el último capítulo titulado “Asesinatos Promiscuos” se ubica la contraofensiva de las agrupaciones gays en ese particular contexto y ante los primeros indicios de una “primavera” que se evidenciaba frustrada. En ese marco, irrumpe la cifra de Jáuregui como instrumento político que, dice Matías Máximo, “cumplió su función, ya que a cuarenta años se sigue discutiendo un tema que la historia oficial dejó por fuera”.
Por último, las disputas que propone este libro se dan no solo desde la ponderación de las voces. Expone también el valor histórico y el aporte que han hecho quienes han atesorado, resguardado, custodiado con afanes personales o en sus convicciones sobre un tiempo en que puedan entren en los relatos oficiales, una serie de materiales que permiten la reconstrucción y reposición histórica y escópica dada por la reproducción de fotos y documentos seleccionados de entre archivos personales, del Archivo de la Memoria Trans, de Archivos Desviados, del Archivo Nacional de la Memoria, del Archivo del Museo de la Memoria Rosario, del Archivo Histórico de Revistas Argentinas, del Archivo de la DIPPBA -Comisión Provincial por la Memoria.
El autor tiene esa gentileza (quizá porque se mantiene afuera del vicio cientificista de la disciplina histórica y se sostiene en la coherencia de la apuesta política a la que personalmente pertenece) de darnos accesos a lo que ha exhumado; de ponerlos a disposición, apegado a la propuesta por la necesaria e impostergable visibilización de los registros por los que transitan los capítulos de este libro. Matías Máximo es, entre otras cosas, Especialista en Periodismo Cultural (UNLP) y Magister en Periodismo Narrativo (UNSAM). Pero fundamentalmente alguien a quien, en los últimos años, distintas personas le han confiado sus recuerdos, se han dispuesto a volver a pasar por lugares dolorosos.
Algunxs de ellxs, en funciones más institucionales le han encomendado la tarea de escribir y publicar como ejercicio de resguardo de memoria. Este libro forma parte de ese trayecto; nos atrevemos a decir que una especie de condensación de todo ese trabajo previo que aquí se expone además con su escritura amable, sensible, creativa. Desde allí, hace un llamamiento a los jueces, esta vez de la moral y reclama un NO y NUNCA MÁS para las locas. Marta Dillon lo prologa, rescatando el ejercicio de interpelación a la incesante necesidad de seguir abriendo libertad que propone, pero además, y a pesar del dolor por quienes vieron sus vidas quebradas, como celebración de la memoria, las luchas, las resistencias, las alianzas.
Graciasss/revistas.untref.edu.ar/ellugar/article/view/
De Matías Máximo
Buenos aires,
Marea Editora,
2023
Natalia Cocciarini
Universidad Nacional de Rosario –
Universidad Nacional de Tres de Febrero
Profesora de Historia (FHyA, UNR); Historiadora del Programa Universitario de Diversidad Sexual (CEI, UNR), Maestranda en Estudios y Políticas de Género (UNTREF)
Contacto: natalia.cocciarini@gmail.com
Portada: Matías Máximo, 2023. Foto: Eugenia Kais.
En ocasión de cumplirse 40 años de la vuelta a la democrática tras el último golpe de Estado argentino, este libro de Matías Máximo, bajo la fórmula del Nunca Más-una frase que pertenece al pueblo argentino-, abre un capítulo para la subjetividad loca. Irrumpe como condensación de impulsos latentes, a la espera de ponerse en la palestra con la fuerza de las voces que han sido silenciadas durante, por lo menos, estos 40 años que lleva la recuperación democrática.
Para mostrar entonces, para quiénes, esa propiedad popular que consigna la exigencia de la no repetición de las vejaciones de estados terroristas, aún no ha aplicado. Es, por tanto y como mínimo, una reposición histórica; y para los más metódicxs es, también, una pregunta por lo historiográfico, ¿frente a qué (H)historia se constituye en necesarios estos relatos? El autor decide introducirnos a su trabajo con el acontecimiento que supone el corte en una periodización de ciclos de dictaduras y democracias argentinas: la asunción del gobierno democrático y la puesta en marcha del plan para juzgar a los militares.
En las mismas primeras líneas ubica la esperanza de maricas, travestis y lesbianas por la cual la mencionada recuperación había supuesto una oportunidad de ver constituida, por primera vez, su ciudadanía que, como se expone luego, estuvo vedada históricamente desde antes y mucho después de ese segmento de intensificación del horror. Allí reconstruye el entramado institucional para el enjuiciamiento y las tensiones en los órganos que pusieron en marcha las denuncias. Entre ellas, el dato ahora conocido que del rabino Marshall Meyer -“único miembro de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas que hablo de una violencia específica a las personas LGBT+ esos años”-le diera a Carlos Jáuregui y que este expuso en 1897 y 1996.
Y aquí se produce ya el primer aporte de Máximo: el develamiento de la promesa incumplida –la primavera marchita-, de los mecanismos por los que se puso en marcha la construcción de un relato nacional que, para funcionar, ha construidos “buenas víctimas”, ha diseñado vectores homogéneos para el análisis enjuiciante del terrorismo de estado; en el que como antes, han quedo poblaciones confinadas a los sótanos; los subterfugios de las narraciones sobre la última dictadura militar que perpetuarían el ocultamiento de aquello que aún no tenía modo de emerger a la narrativa.
A partir de allí se abren 9 capítulos en los que el autor va atravesando histórica e historiográficamente, sin manifestarlas como programa de escritura, esas cuestiones: ¿por qué en 1983-1984 las intervenciones de Meyer no fueron consideradas por la CONADEP? ¿Por qué tampoco las posteriores denuncias de Jáuregui sobre las ausencias en las listas oficiales tuvieron impacto en el colectivo social en búsqueda de verdad y justicia? Pero también sobrevuela la búsqueda en torno a si hubo un plan sistemático (esto es, diagramado y bajo órdenes precisas) de persecución específica por motivos sexogenéricos.
El recorrido y la reconstrucción de Matías Máximo, a partir de distintas vivencias y testimonios, va esbozando respuestas posibles mucho más complejas y profundas y mucho menos explícitas y simplistas que la de corroborarlo, por la positiva, en un documento que pueda haber emitido algún Ejecutivo de turno. Los capítulos entonces van reponiendo esas experiencias a la vez personales y grupales, que suponen un registro del terror y los mecanismos de resistencia para sobrevivir o para transitar el deseo.
Al respecto, el primero repone las vivencias en algunas pequeñas islas del Delta del Tigre, un lugar al que se peregrinaba los fines de semana “para escapar un rato de la dictadura” pero que pronto se convirtió en “la tierra prometida”. Esa comunidad flotante en la que nacieron leyendas y mitos de las que el autor corrobora su existencia, se concibió como resguardo al miedo latente y las violentas detenciones que en la ciudad vivían travestis, gays y lesbianas.
Lo que el autor construye es la ponderación simbólica de la estrategia de camuflaje, del sinsentido del decir-se identidades u orientaciones en un espacio celebrativo autoproclamado. Por el contrario, en los capítulos 2 y 3, la resistencia es narrada como la circulación de información o las tácticas de escapatoria, la socialización de las cuales es posicionada, por una de ellas trabajadoras sexuales travestis, como forma de militancia.
En “Corre y no mires para atrás” el autor comienza a exponer la estructura de leyes, edictos y contravenciones vigentes desde 1949 que penalizaban, principalmente, la existencia travesti y sus correlativos reglamentos de procedimientos para su aplicación (de lo que allí estuviera previsto y de lo que no), supeditada una hermenéutica moral sexual que tenía un brazo policial ejecutor, embestido como juez y verdugo. Entre este y dar “Dar cuerpo al escándalo” expone la especial saña y vejación sobre los cuerpos travestis.
Los testimonios de Valeria del Mar Ramírez y Julieta González “La Trachyn”permite mapear centros de detención por los que circulaban, crímenes de los que fueron víctimas y que presenciaron, así como la larga espera por la justicia a la que están aún sometidas. Además, el autor abre un nuevo aporte que se desarrollará a lo largo del libro. Si, por un lado, con la periodización ampliada puede narrar los crímenes del estado argentino contra “las locas” antes y después de 1976-1983 –“dictadura y democracia son momentos que a La Trachyn se le mezclan”-, de manera paralela, este trabajo es el trayecto de cómo llegamos a estas otras actuales condiciones históricas de posibilidad para traer a nuestra historia nacional el precepto sexogenérico de los horrores cometidos.
En los capítulos 4 “Las locas se organizan” y 5 “Betters intelectualosas y artistas troskas” vincula el proceso de organización de homosexuales y lesbianas respectivamente a través de los contactos o pertenencia de algunos militantes a otras estructuras organizativas y/o gremiales; y sus agendas y acciones al pálpito de los acontecimientos políticos institucionales y con algunas influencias internacionales. En el primero, a partir de las historias de Héctor Anabitarte, Néstor Perlongher, Jorge Giacosa, Daniel Molina, Fernando Noy.
Pero además construye cartografía de teteras fijas e improvisadas como espacios de sociabilización sexual para el cual obviamente también se desarrollaron códigos de supervivencia comunitaria. Allí se cruzan las lecturas de Modarelli y Rapisardi y los testimonios de Juan Queiroz y Guillermo Lovaganini -con quien aparece la ciudad de Rosario-. En el segundo se recogen los testimonios de Julián García Acevedo y Adriana Carrasco, la experiencia de Martha Ferro y Elena Napolitano; se entrelazan las instancias de activismo con el circuito del yire de lesbianas y sus códigos que tuvieron su summum en el Sótano de San Telmo.
Entre ambos capítulos se desarrollan las particulares formas de persecución, detención y tortura; los vínculos entre gays, lesbianas y feministas, permitiéndole dar cuenta de cómo la dictadura fue también la interrupción de un proceso de desidentificación, de sexualidades más nómades: “vibrantes, escurridizas, orgiásticas”, como mecanismo de resistencia a la represión física, y como posicionamiento político ante la captura discursiva, a cuya salida, amparada en otra narrativa, se configura de otro modo.
Si las operaciones críticas se fueron suscitando en el libro a partir de relatos vivencias, en el capítulo 6 “DIPPBA: la inteligencia de Estado al servicio de la moral” el autor rastrea cómo el trabajo de espionaje da cuenta de una periodización más amplia que va desde 1940 y llega hasta 1998, en el que se fichaban detalles sexogenéricos y de las conductas sexuales, poniendo de manifiesto un andamiaje montado en torno a la sexualidad no normativa, y que se llevaron con testimonios que los vecinos aportaban a la policía -como dimensión cívica de la legitimidad de los procesos y mecanismos represivos-.
Lo interesante de este apartado radica además en que Matías Máximo coloca en paralelo el informe de Néstor Perlongher de 1979 para denunciar el hostigamiento en las distintas provincias del país mediante edictos criminalizadores de la sexualidad. Se cita la idea de Perlongher respecto de que el régimen instaurado en 1976 “se inscribe en el contexto de una sociedad tradicionalmente erotofóbica según lo cual, ser o parecer gay en Argentina se ha convertido en una aventura peligrosa. La línea con Perlongher sigue en el capítulo 7 “Malvinas, entre el militar machismo y los antihéroes”.
Se recupera la temprana y casi solitaria desconfianza del escritor a la gesta patriótica, como una de las grandes visiones sobre el operativo nacionalizante y, en ella la re-funcionalización heteropatriarcal, poniendo en perspectiva a Malvinas en el plano de la moral y la represión. Matías Máximo repone esa hipótesis con los testimonios para plantear que “las torturas recibidas en las islas formaban parte del plan sistemático de la dictadura, y no debe leerse como meras acciones de guerra”. Se despegaron mecanismos de disciplinamiento y amedrentamiento en función del “militar -machismo, una forma de denigrar a cualquiera que se corriera de lo que Ejército consideraba su hombre ideal”.
Con este capítulo se evidencia que la postergación en la posibilidad de ver justicia se entrecruza, en este caso, con la sufrida por soldados y conscriptos combatientes; el autor cierra el capítulo con un nuevo giro discursivo subjetivamente político que se dan esos actorxs: se desenmarcan de la pretendida gesta heroica, en una desidentificación, hacia la figura de antihéroes; aquí el lugar con el que se pretendió restituirles, y que suponía ubicarlos en lo más alto de la jerarquía en el sistema de valores, supuso el silencio -nuevamente ese gesto machista-masculinista- por el cual no hay lugar al dolor ni cualquier sentimiento que, por el contrario, pudiera haber expresado una verdad sin la cual no hubo posibilidad de restitución.
Tanto para soldados y conscriptos como para travestis, transexuales y trans, se ubica al 2012 con el decreto presidencial para la desclasificación del “Informe Rattenbach” y la sanción de la Ley de Identidad de Género como un momento nodal para que las víctimas, a partir de esos instrumentos, cuenten con legitimidad y para poder denunciar los crímenes y declarar en las causas. En el capítulo 8 “La vida era un exilio”, Máximo trabaja con las historias de travestis para nuevamente exponer el poder punitivo del Estado como estrategia de control social por el cual se vetaba sus existencias.
En este capítulo, se ubica el proceso de reparación que emana desde el Estado desde el 2012 -Marzia, una de “las reparadas” santafesinas, prefiere “reconocimiento”-, y por el cual la figura de presas políticas por identidad de género comienza a usarse en los procesos de memoria y reparación. Este capítulo permite dimensionar la búsqueda y lo que se le impone como exigencia al autor, en relación a moverse por el territorio nacional, develando, por un lado, la sistematización del plan de exterminio del gobierno de facto y por otro, la migración interna como mecanismos de sobrevivencia antes, durante y después del período 1976-1983.
Pero, además, las respuestas políticas que construyeron precedentes hasta entonces impensados como las pensiones reparatorias a presas políticas trans bajo la ley santafesina de reparación para detenidos por razones políticas durante la última dictadura militar. Como queda dicho, la dictadura cívico-eclesiástico-militar (el autor va ubicando sobrados elementos de esta orquestación tripartita a lo largo del libro), tiene una continuidad represiva para las sexualidades que escapaban de la norma sexual, mucho más allá de 1983 y con especiales mecanismos persecutorios y represivos a veces intensificados.
En el último capítulo titulado “Asesinatos Promiscuos” se ubica la contraofensiva de las agrupaciones gays en ese particular contexto y ante los primeros indicios de una “primavera” que se evidenciaba frustrada. En ese marco, irrumpe la cifra de Jáuregui como instrumento político que, dice Matías Máximo, “cumplió su función, ya que a cuarenta años se sigue discutiendo un tema que la historia oficial dejó por fuera”.
Por último, las disputas que propone este libro se dan no solo desde la ponderación de las voces. Expone también el valor histórico y el aporte que han hecho quienes han atesorado, resguardado, custodiado con afanes personales o en sus convicciones sobre un tiempo en que puedan entren en los relatos oficiales, una serie de materiales que permiten la reconstrucción y reposición histórica y escópica dada por la reproducción de fotos y documentos seleccionados de entre archivos personales, del Archivo de la Memoria Trans, de Archivos Desviados, del Archivo Nacional de la Memoria, del Archivo del Museo de la Memoria Rosario, del Archivo Histórico de Revistas Argentinas, del Archivo de la DIPPBA -Comisión Provincial por la Memoria.
El autor tiene esa gentileza (quizá porque se mantiene afuera del vicio cientificista de la disciplina histórica y se sostiene en la coherencia de la apuesta política a la que personalmente pertenece) de darnos accesos a lo que ha exhumado; de ponerlos a disposición, apegado a la propuesta por la necesaria e impostergable visibilización de los registros por los que transitan los capítulos de este libro. Matías Máximo es, entre otras cosas, Especialista en Periodismo Cultural (UNLP) y Magister en Periodismo Narrativo (UNSAM). Pero fundamentalmente alguien a quien, en los últimos años, distintas personas le han confiado sus recuerdos, se han dispuesto a volver a pasar por lugares dolorosos.
Algunxs de ellxs, en funciones más institucionales le han encomendado la tarea de escribir y publicar como ejercicio de resguardo de memoria. Este libro forma parte de ese trayecto; nos atrevemos a decir que una especie de condensación de todo ese trabajo previo que aquí se expone además con su escritura amable, sensible, creativa. Desde allí, hace un llamamiento a los jueces, esta vez de la moral y reclama un NO y NUNCA MÁS para las locas. Marta Dillon lo prologa, rescatando el ejercicio de interpelación a la incesante necesidad de seguir abriendo libertad que propone, pero además, y a pesar del dolor por quienes vieron sus vidas quebradas, como celebración de la memoria, las luchas, las resistencias, las alianzas.
Graciasss/revistas.untref.edu.ar/ellugar/article/view/
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