RESISTENCIA Y DESEO EN LA ÚLTIMA DICTADURA MILITAR ARGENTINA

EL NUNCA MÁS DE LAS LOCAS
 
De Matías Máximo
 
Buenos aires,
Marea Editora,
2023
 
Natalia Cocciarini
Universidad Nacional de Rosario –
Universidad Nacional de Tres de Febrero
Profesora de Historia (FHyA, UNR); Historiadora del Programa Universitario de Diversidad Sexual  (CEI,  UNR),  Maestranda  en  Estudios  y  Políticas  de Género (UNTREF)
 
Contacto: natalia.cocciarini@gmail.com
 
Portada: Matías Máximo, 2023. Foto: Eugenia Kais.
 
En  ocasión  de  cumplirse  40  años  de  la  vuelta  a la democrática tras el  último  golpe  de Estado argentino, este libro de Matías Máximo, bajo la fórmula del Nunca Más-una frase que  pertenece  al  pueblo  argentino-,  abre  un  capítulo  para la  subjetividad loca.  Irrumpe como  condensación  de  impulsos  latentes,  a  la  espera  de  ponerse  en  la  palestra  con  la fuerza de  las  voces  que han  sido  silenciadas durante,  por  lo  menos,  estos  40  años  que lleva  la  recuperación  democrática. 
 
Para  mostrar  entonces,  para  quiénes,  esa propiedad popular  que  consigna  la  exigencia  de  la  no  repetición  de  las  vejaciones  de  estados terroristas, aún no ha aplicado. Es, por tanto y como mínimo, una reposición histórica; y para los  más  metódicxs  es,  también, una  pregunta  por  lo historiográfico,  ¿frente  a qué (H)historia se constituye en necesarios estos relatos? El autor decide introducirnos a su trabajo con el acontecimiento que supone el corte en una periodización de ciclos de dictaduras y democracias argentinas: la asunción del gobierno democrático y la puesta en marcha del plan para juzgar a los militares.
 
En las mismas primeras líneas ubica la esperanza de maricas, travestis y lesbianas por la cual la mencionada  recuperación  había  supuesto  una  oportunidad  de  ver  constituida,  por primera  vez,  su ciudadanía  que,  como  se  expone  luego,  estuvo  vedada  históricamente desde  antes  y  mucho  después  de  ese  segmento  de  intensificación  del  horror.  Allí reconstruye  el  entramado  institucional  para  el  enjuiciamiento  y  las  tensiones  en  los órganos que pusieron en marcha las denuncias. Entre ellas, el dato ahora conocido que del rabino Marshall Meyer -“único miembro de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas que hablo de una violencia específica a las personas LGBT+ esos años”-le diera a Carlos Jáuregui y que este expuso en 1897 y 1996.
 
Y aquí se produce ya el primer aporte de Máximo: el develamiento de la promesa incumplida –la primavera marchita-, de los mecanismos por los que se puso en marcha la construcción de un relato nacional que, para funcionar, ha construidos “buenas víctimas”, ha diseñado vectores homogéneos para  el  análisis  enjuiciante  del  terrorismo  de  estado;  en  el  que  como  antes,  han  quedo poblaciones confinadas a los sótanos; los subterfugios de las narraciones sobre la última dictadura militar que perpetuarían el ocultamiento de aquello que aún no tenía modo de emerger a la narrativa.
 

A partir de allí se abren 9 capítulos en los que el autor va atravesando histórica e historiográficamente, sin manifestarlas como programa de escritura, esas cuestiones: ¿por qué   en   1983-1984   las   intervenciones   de   Meyer   no   fueron   consideradas   por   la CONADEP? ¿Por qué tampoco las posteriores denuncias de Jáuregui sobre las ausencias en  las  listas  oficiales  tuvieron  impacto  en  el  colectivo  social  en  búsqueda  de  verdad  y justicia? Pero  también  sobrevuela  la  búsqueda  en  torno  a  si  hubo  un  plan  sistemático (esto  es,  diagramado  y  bajo  órdenes  precisas)  de  persecución  específica  por  motivos sexogenéricos.
 
El recorrido y la reconstrucción de Matías Máximo, a partir de distintas vivencias  y  testimonios,  va  esbozando  respuestas  posibles  mucho  más  complejas  y  profundas y mucho menos explícitas y simplistas que la de corroborarlo, por la positiva, en un documento que pueda haber emitido algún Ejecutivo de turno. Los capítulos entonces van reponiendo esas experiencias a la vez personales y grupales,  que  suponen  un  registro  del  terror  y  los  mecanismos  de  resistencia  para sobrevivir  o  para  transitar  el  deseo. 
 
Al  respecto,  el  primero  repone  las  vivencias  en algunas  pequeñas  islas  del  Delta  del  Tigre,  un  lugar  al  que  se  peregrinaba  los  fines  de semana “para escapar un rato de la dictadura” pero que pronto se convirtió en “la tierra prometida”. Esa comunidad flotante en la que nacieron leyendas y mitos de las que el autor corrobora su existencia, se concibió como resguardo al miedo latente y las violentas detenciones que en la ciudad vivían travestis, gays y lesbianas.
 
Lo que el autor construye es  la  ponderación  simbólica  de  la  estrategia  de  camuflaje,  del  sinsentido  del  decir-se identidades u orientaciones en un espacio celebrativo autoproclamado. Por el contrario, en los capítulos 2 y 3, la resistencia es narrada como la circulación de información o las tácticas  de  escapatoria,  la  socialización  de  las  cuales  es  posicionada,  por  una  de  ellas trabajadoras sexuales travestis, como forma de militancia.
 
En “Corre y no mires para atrás” el autor comienza a exponer la estructura de leyes, edictos y contravenciones vigentes  desde  1949  que  penalizaban,  principalmente,  la  existencia  travesti  y  sus correlativos  reglamentos  de procedimientos  para su  aplicación  (de  lo  que  allí  estuviera previsto y de lo que no), supeditada una hermenéutica moral sexual que tenía un brazo policial  ejecutor,  embestido  como juez y verdugo. Entre este y dar “Dar cuerpo al escándalo” expone la especial saña y vejación sobre los cuerpos travestis.
 
Los testimonios de Valeria del Mar Ramírez y Julieta González “La Trachyn”permite mapear centros de detención por los que circulaban, crímenes de los que fueron víctimas y que presenciaron, así como la larga espera por la justicia a la que están aún sometidas. Además, el autor abre un  nuevo  aporte  que  se  desarrollará  a  lo  largo  del  libro.  Si,  por  un  lado,  con  la periodización ampliada puede narrar los crímenes del estado argentino contra “las locas” antes y después de 1976-1983 –“dictadura y democracia son momentos que a La Trachyn se le mezclan”-, de manera paralela, este trabajo es el trayecto de cómo llegamos a estas otras actuales condiciones históricas de posibilidad para traer a nuestra historia nacional el precepto sexogenérico de los horrores cometidos.
 

En los capítulos 4 “Las locas se organizan” y 5 “Betters intelectualosas y artistas troskas” vincula el proceso de organización de homosexuales y lesbianas respectivamente a  través  de  los  contactos  o  pertenencia  de  algunos  militantes  a  otras  estructuras organizativas y/o gremiales; y sus agendas y acciones al pálpito de los acontecimientos políticos institucionales y con algunas influencias internacionales. En el primero, a partir de las historias de Héctor Anabitarte, Néstor Perlongher, Jorge Giacosa, Daniel Molina, Fernando Noy.
 
Pero además construye cartografía de teteras fijas e improvisadas como espacios  de  sociabilización  sexual  para  el  cual  obviamente  también  se  desarrollaron códigos de supervivencia comunitaria. Allí se cruzan las lecturas de Modarelli y Rapisardi y los testimonios de Juan Queiroz y Guillermo Lovaganini -con quien aparece la ciudad de  Rosario-.  En  el segundo  se  recogen  los  testimonios  de  Julián  García  Acevedo  y Adriana Carrasco, la experiencia de Martha Ferro y Elena Napolitano; se entrelazan las instancias de activismo con el circuito del yire de lesbianas y sus códigos que tuvieron su summum en el Sótano de San Telmo.
 
Entre  ambos  capítulos  se  desarrollan  las  particulares  formas  de  persecución, detención  y  tortura;  los  vínculos  entre  gays,  lesbianas  y  feministas,  permitiéndole  dar cuenta   de   cómo   la   dictadura   fue   también   la   interrupción   de   un   proceso de desidentificación, de sexualidades más nómades: “vibrantes, escurridizas, orgiásticas”, como  mecanismo  de  resistencia  a la  represión  física,  y  como  posicionamiento  político ante la captura discursiva, a cuya salida, amparada en otra narrativa, se configura de otro modo.
 
Si  las  operaciones  críticas  se  fueron  suscitando  en  el  libro  a  partir  de  relatos vivencias, en el capítulo 6 “DIPPBA: la inteligencia de Estado al servicio de la moral” el autor  rastrea cómo  el  trabajo  de espionaje  da cuenta de  una periodización  más  amplia que va desde 1940 y llega hasta 1998, en el que se fichaban detalles sexogenéricos y de las  conductas  sexuales,  poniendo  de  manifiesto  un  andamiaje  montado  en  torno  a  la sexualidad no normativa, y que se llevaron con testimonios que los vecinos aportaban a la  policía -como  dimensión  cívica  de  la  legitimidad  de  los  procesos  y  mecanismos represivos-. 
 

Lo interesante de este apartado radica además en que Matías Máximo coloca en paralelo el informe de Néstor Perlongher de 1979 para denunciar el hostigamiento en las distintas provincias del país mediante edictos criminalizadores de la sexualidad. Se cita la idea de Perlongher respecto de que el régimen instaurado en 1976 “se inscribe en el contexto de una sociedad tradicionalmente erotofóbica según lo cual, ser o parecer gay en Argentina se ha convertido en una aventura peligrosa. La línea con Perlongher sigue en el capítulo 7 “Malvinas, entre el militar machismo y los antihéroes”.
 
Se recupera la temprana y casi solitaria desconfianza del escritor a la gesta patriótica, como una de las grandes visiones sobre el operativo nacionalizante y, en ella  la  re-funcionalización  heteropatriarcal,  poniendo  en  perspectiva  a  Malvinas  en  el plano de la moral y la represión. Matías Máximo repone esa hipótesis con los testimonios para plantear que “las torturas recibidas en las islas formaban parte del plan sistemático de la dictadura, y no debe leerse como meras acciones de guerra”. Se despegaron mecanismos de disciplinamiento y amedrentamiento en función del “militar -machismo, una  forma  de  denigrar  a  cualquiera  que  se  corriera  de  lo  que  Ejército  consideraba  su hombre ideal”.
 
Con este capítulo se evidencia que la postergación en la posibilidad de ver  justicia  se  entrecruza,  en  este  caso,  con  la  sufrida por  soldados  y  conscriptos combatientes;  el  autor  cierra  el  capítulo  con  un  nuevo  giro  discursivo  subjetivamente político que se dan esos actorxs: se desenmarcan de la pretendida gesta heroica, en una desidentificación,  hacia  la  figura  de  antihéroes;  aquí el  lugar  con  el  que  se  pretendió restituirles, y que suponía ubicarlos en lo más alto de la jerarquía en el sistema de valores, supuso el silencio -nuevamente ese gesto machista-masculinista- por el cual no hay lugar al  dolor  ni  cualquier  sentimiento  que, por  el  contrario,  pudiera  haber  expresado  una verdad sin la cual no hubo posibilidad de restitución.
 
Tanto  para  soldados  y  conscriptos  como  para  travestis,  transexuales  y  trans,  se ubica  al  2012  con  el  decreto  presidencial  para  la  desclasificación  del  “Informe Rattenbach” y la sanción de la Ley de Identidad de Género como un momento nodal para que las víctimas, a partir de esos instrumentos, cuenten con legitimidad y para poder denunciar los crímenes y declarar en las causas. En el capítulo 8 “La vida era un exilio”, Máximo trabaja con las historias de travestis para nuevamente exponer el poder punitivo del Estado como estrategia de control social por el cual se vetaba sus existencias.
 
En este capítulo, se ubica el proceso de reparación que emana desde el Estado desde el 2012 -Marzia, una de “las reparadas” santafesinas, prefiere “reconocimiento”-, y por el cual la figura de presas políticas por identidad de género comienza a usarse en los procesos de memoria  y  reparación.  Este  capítulo  permite  dimensionar  la  búsqueda  y  lo  que  se  le impone  como  exigencia  al  autor,  en  relación  a  moverse  por  el  territorio  nacional, develando, por un lado, la sistematización del plan de exterminio del gobierno de facto y por  otro,  la  migración  interna  como  mecanismos  de  sobrevivencia  antes,  durante  y después del período 1976-1983.
 
Pero, además, las respuestas políticas que construyeron precedentes  hasta  entonces  impensados  como  las  pensiones  reparatorias  a  presas políticas trans bajo la ley santafesina de reparación para detenidos por razones políticas durante la última dictadura militar.  Como queda dicho, la dictadura cívico-eclesiástico-militar (el autor va ubicando sobrados  elementos  de  esta  orquestación  tripartita  a  lo  largo  del  libro),  tiene  una continuidad  represiva  para  las  sexualidades  que  escapaban  de  la  norma  sexual,  mucho más  allá  de  1983  y  con  especiales  mecanismos  persecutorios  y  represivos  a  veces intensificados. 
 

En  el  último  capítulo  titulado  “Asesinatos  Promiscuos”  se  ubica  la contraofensiva de  las  agrupaciones  gays  en  ese  particular  contexto  y  ante  los  primeros indicios de una “primavera” que se evidenciaba frustrada. En ese marco, irrumpe la cifra de Jáuregui como instrumento político que, dice Matías Máximo, “cumplió su función, ya que a cuarenta años se sigue discutiendo un tema que la historia oficial dejó por fuera”.
 
Por último, las disputas que propone este libro se dan no solo desde la ponderación de las  voces.  Expone  también  el  valor  histórico  y  el  aporte  que  han  hecho  quienes  han atesorado, resguardado, custodiado  con afanes personales o en  sus convicciones  sobre un  tiempo  en  que  puedan  entren  en  los  relatos  oficiales,  una  serie  de  materiales  que permiten la reconstrucción y reposición histórica y escópica dada por la reproducción de fotos  y  documentos  seleccionados  de  entre  archivos  personales,  del  Archivo  de  la Memoria  Trans,  de  Archivos  Desviados,  del  Archivo  Nacional  de  la  Memoria,  del Archivo del Museo de la Memoria Rosario, del Archivo Histórico de Revistas Argentinas, del  Archivo  de  la  DIPPBA -Comisión  Provincial  por  la  Memoria. 
 
El  autor  tiene  esa gentileza (quizá porque se mantiene afuera del vicio cientificista de la disciplina histórica y se sostiene en la coherencia de la apuesta política a la que personalmente pertenece) de darnos accesos a lo que ha exhumado; de ponerlos a disposición, apegado a la propuesta por la necesaria e impostergable visibilización de los registros por los que transitan los capítulos de este libro. Matías Máximo es, entre otras cosas, Especialista en Periodismo Cultural (UNLP) y Magister en Periodismo Narrativo (UNSAM). Pero fundamentalmente alguien a quien, en los últimos años, distintas personas le han confiado sus recuerdos, se han dispuesto a volver a pasar por lugares dolorosos.
 
Algunxs de ellxs, en funciones más institucionales le  han  encomendado  la  tarea  de  escribir  y  publicar  como  ejercicio  de  resguardo  de memoria. Este libro forma parte de ese trayecto; nos atrevemos a decir que una especie de condensación de todo ese trabajo previo que aquí se expone además con su escritura amable,  sensible,  creativa.  Desde  allí,  hace  un  llamamiento  a  los  jueces,  esta  vez  de  la moral y reclama un NO y NUNCA MÁS para las locas. Marta  Dillon  lo  prologa,  rescatando  el  ejercicio  de  interpelación  a  la  incesante necesidad de seguir abriendo libertad que propone, pero además, y a pesar del dolor por quienes  vieron  sus  vidas  quebradas,  como  celebración  de  la  memoria,  las  luchas,  las resistencias, las alianzas.   
 
Graciasss/revistas.untref.edu.ar/ellugar/article/view/


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