PARA
HUIR DE LAS BIBLIAS SODOMITAS:
RELECTURA DE LA LITERATURA GAY MEXICANA
Ernesto Reséndiz Oikión
junio 28, 2023
RELECTURA DE LA LITERATURA GAY MEXICANA
Ernesto Reséndiz Oikión
junio 28, 2023
Ilustración: Patricio Betteo
¿Existe o no una literatura gay en México? ¿Tiene alguna obra de origen, fundadora? ¿Cuáles son sus clichés, tópicos e imágenes recurrentes? ¿Cuáles sus obras señeras? Con pleno conocimiento del acervo de esta literatura, este ensayo replantea el debate desde nuevas bases y le mide el pulso a la literatura gay actual.
El abecedario de las jotas, la lengua viperina, la metáfora inesperada y exquisita y el insulto más prosaico han sido algunos recursos para la construcción verbal de la literatura gay mexicana, muchas veces vilipendiada y ninguneada por las academias —no exentas de polillas— e incluso por autores de la misma población que se pretende minoritaria aunque por efectos de la explosión demográfica y la multitudinaria salida del clóset se ostenta bastante nutrida en las marchas del Orgullo cada mes de junio. Desde hace varias décadas, los libros saltaron de las estanterías a las camas, al último vagón del metro o a las manos de las manas lectoras —siempre pocas, pero con vocación para la evasión literaria y para elevar los ínfimos índices de lectura del país.
Desafortunadamente este ensayo no puede ofrecer un panorama de la literatura LGBT mexicana, una materia necesaria pero cuya empresa supone la escritura de todo un libro. Quisiera, en cambio, lanzar algunas provocaciones para releer la literatura gay mexicana. Por cuestiones de espacio, sólo me ocuparé de libros gays escritos por autores varones. En otra oportunidad abordaré la obra gay de escritoras mexicanas como Pita Amor, Inés Arredondo, Rosario Castellano,s, Luisa Josefina Hernández o Ana García Bergua, por mencionar sólo a algunas.
Recomiendo para quienes tengan el interés en profundizar en la literatura lésbica mexicana revisar los estudios de Elena Madrigal sobre la poesía y de María Elena Olivera Córdova sobre la narrativa. Un último apunte: aquí usaré deliberadamente las palabras sodomita, joto, maricón, homosexual y gay como sinónimos, aunque cada una tiene su historia, su contexto de enunciación, sus significados y connotaciones específicas.
El 8 de octubre de 1983, en el influyente suplemento “Sábado”, del diario Unomásuno, José Joaquín Blanco y Luis Zapata preguntaban provocadoramente: “¿Cuál literatura gay?”. Ellos consideraban que ésta era una etiqueta facilona y falsa por la siguiente razón:
un género exigiría una definición formal y temática compartida, de la cual carecen todos estos libros; supondría una interpretación beligerante de lo que pretendidamente es el mundo gay (si tal cosa existe), que fácilmente podría derivar en una actitud panfletaria y chauvinista para consumo y desahogo de un ghetto que rara vez lee.
Afirmaban de forma contundente y tajante que “no existe la literatura gay, existe solamente la literatura; no hay cuentos y novelas gay, sino únicamente cuentos y novelas como cualesquiera otros, que exigen y merecen ser tratados con el mismo rigor crítico, con la misma atención a sus aspectos individuales (formales, verbales, políticos, morales), y no por las características ramplonas del cajón”.
La provocación fue respondida de inmediato por Gonzalo Valdés Medellín en “Sábado” el 22 de octubre de 1983 y varios años después —en 1989— en su artículo “La otra novela rosa”, publicado en la revista Macho Tips (núm. 23), una publicación que mezclaba el soft porn chaquetero con algunas notas culturales. Valdés Medellín apuntaba que: “no hay arte por el arte (es algo que se supone ya superado) ni literatura-literatura, aunque el propio Zapata y Blanco hayan insistido en que sólo hay una literatura (en ellos gay, evidentemente) purista”.
La literatura se nutre y se contamina con múltiples discursos: políticos, ideológicos, religiosos, científicos, mediáticos, de género y sexuales, por mencionar un puñado. La sexualidad, entendida como discurso específico desde la modernidad, constituye un poderoso eje de construcción literaria que distingue a la literatura gay, aunque ciertamente no es el único de los discursos que la conforman. Pretender que sólo existe la literatura a secas, como si se tratara de un fenómeno artístico en el vacío, o como si fuera una escritura enclaustrada en su torre de marfil, es de un reduccionismo risible. La etiqueta de “literatura gay” ha facilitado la visibilidad e integración de las comunidades de lectores.
Siempre es mejor que las personas se apropien de los libros, los rayen, los mojen, lloren, se diviertan y se masturben con ellos. Usar la etiqueta de “literatura gay” también es una práctica política que visibiliza una realidad que sistemáticamente fue ignorada, negada y estigmatizada, y sólo en las últimas décadas empieza a tener su lugar como parte de las literaturas del mundo. La literatura gay es un espejo que hace visible a Adonis García, el vampiro de la colonia Roma, que precisamente por ser vampiro no se reflejaba antes en el espejo de la realidad de la ciudad letrada. Estos libros son espejos que reflejan con su luz el arcoíris en su gama de colores, en todos los tonos de la contradictoria raza joteril.
En lo personal, me gusta la definición que ofrece el escritor español Eduardo Mendicutti para pensar esta literatura:
¿Qué se entiende, entonces, por literatura homosexual? La que refleja las costumbres y las emociones de los homosexuales, o la que aborda cualquier tipo de costumbres o de emociones con una mirada homosexual; la que da testimonio de la llamada “cultura homosexual” —conjunto de valores, comportamientos, lenguajes y signos que los homosexuales han convertido en una cultura propia—, y la que compendia las obras escritas por autores homosexuales, o por autores heterosexuales que abordan la temática homosexual o reflejan, o tratan de reflejar, la condición homosexual y sus manifestaciones como cultura específica.
Me parece muy acertado que Mendicutti desestime la orientación sexual de los autores, pues ese dato biográfico sale sobrando. Lo importante son las obras y su capacidad de reflejar las alegrías, miedos, placeres, dudas y aventuras que viven los personajes gays en cada sociedad. Sirvan como ejemplo dos novelas homosexuales escritas por autores heterosexuales: El diario de José Toledo (1964), del yucateco Miguel Barbachano Ponce, y Después de todo (1969), del médico pediatra michoacano José Ceballos Maldonado.
El 24 de marzo de 1984, en el Congreso “Nueva Literatura Mexicana”, auspiciado por la Universidad Veracruzana, Luis Mario Schneider presentó una ponencia titulada “El tema homosexual en la literatura mexicana”.1 Varias veces recopilado, este ensayo funda los estudios literarios gay en el país, pues es el primer esfuerzo serio desde la academia por empezar a delinear una historia de la representación de la homosexualidad en la literatura mexicana; por establecer un corpus; por señalar vasos comunicantes, similitudes, diferencias y estrategias autorales; por hablar por fin de la apestada especie sodomita que desfilaba por algunas páginas.
La de Schneider fue otra forma de respuesta a la polémica de Blanco y Zapata del año anterior y, así como querían ellos, Schneider estudiaba de manera rigurosa y acuciosa las novelas publicadas entre 1964 y 1992. Ahí, el crítico afirma que “la literatura homosexual en México tiene tradición, aunque su estudio y su investigación comienzan en época reciente y en cierta forma coincidente con la aparición, diría con la explosión, en estos últimos años, de un buen número de obras sobre el tema”.
La explosión que señala podría identificarse con el boom de la literatura gay mexicana, desencadenado en la década de los ochenta por el estallido de la primavera literaria de 1979: con la publicación de “Ojos que da pánico soñar”, el ensayo / crónica / manifiesto político de José Joaquín Blanco que los lectores de “Sábado” leyeron aquel 17 de marzo de 1979 y de la aparición el 15 de junio de 1979 de El vampiro de la colonia Roma, el libro clásico instantáneo de Luis Zapata.
Mucho se debe, y poco se ha reconocido, al impulso de este boom al editor Yuri de Gortari Krauss, un militante del movimiento de liberación homosexual que trabajaba en la editorial Katún y publicó varios libros de esta generación: De pétalos perennes (1981), de Zapata; Crónica de la poesía mexicana (1981) de Blanco; El vino de los bravos (1981), Malas compañías (1984) y Bases biológicas de la bisexualidad (1985), de Luis González de Alba; El árbol de turquesa (1983), de Alberto Dallal; Primer plano (1984), de Raúl Rodríguez Cetina; El jinete azul (1985), de José Rafael Calva Pratt; Puertas ocultas (1982), del poeta Arturo Ramírez Juárez; e incluso un poemario prácticamente desconocido Amor de verano (1985), de Nancy Cárdenas, la pionera del movimiento de liberación lésbica y homosexual.
Leído desde el presente, el ensayo de Schneider sigue siendo de gran utilidad para rastrear las novelas pioneras sobre raritos, y que ahora son auténticas rarezas bibliográficas, cuyas ediciones príncipe son muy difíciles de conseguir en las librerías de viejo y en las anticuarias, incluso para los coleccionistas más duchos. En 2019 la editorial Altres Costa-Amic volvió a publicar 41 o el muchacho que soñaba en fantasmas (1964), que el escritor michoacano Manuel Aguilar de la Torre firmó bajo el seudónimo de Paolo Po, según ha demostrado una investigación de Miguel Ángel Teposteco y Juan Carlos Harris. Entre 2021 y 2022, la editorial española Amistades Particulares publicó los ya mencionados El diario de José Toledo (1964), de Miguel Barbachano Ponce, y Después de todo (1969), de José Ceballos Maldonado, además de El desconocido (1977), de Raúl Rodríguez Cetina, y Octavio (1982), de Jorge Arturo Ojeda.
Ahora bien, pese a que el ensayo de Schneider sigue siendo un referente indiscutible, se le pueden hacer varias críticas. En primer lugar, la insistencia muy explícita en el título en la “temática homosexual”, como si sólo el tema de la obra se pudiera calificar de homosexual y no el conjunto; es decir, como si la forma literaria no se viera intrínsecamente elaborada a partir de la orientación sexual. Baste el ejemplo de la forma narrativa de El vampiro de la colonia Roma: significó una ruptura total con la forma gramatical —la ausencia de signos de puntuación y los espacios en blanco— que expresa de manera elocuente el ritmo del habla coloquial de Adonis García, su narrador protagonista.
Otra trampa en la que Schneider cayó fue que, en su afán por delinear una historia posible de la literatura homosexual mexicana y rastrear sus orígenes, como si se tratara de una genealogía clara, cerrada y bien definible, afirmó que El diario de José Toledo era “la primera novela de tema homosexual”. Esta aseveración es insostenible dado el estado de la investigación actual sobre el tema.
Aunque el ensayista arranca su revisión histórica con la redada del baile de los 41 maricones, y comenta las hojas volantes con los grabados fabulosos de José Guadalupe Posada, no pudo leer Los cuarenta y uno: novela crítico-social, firmada bajo el seudónimo de Eduardo A. Castrejón y publicada en 1906, cuyo único ejemplar conocido se conserva en el Fondo Rafael Heliodoro Valle de la Biblioteca Nacional.
La UNAM la publicó en 2010, con un estudio crítico de Robert McKee Irwin y un prólogo de Carlos Monsiváis. Seguramente Schneider eligió abrir su ensayo con el caso de los 41 por la insistencia de Monsiváis en construir aquella redada como un hecho con resonancias de mito originario con la cual iniciaba —según pretendía Monsiváis— la historia de la represión contra los homosexuales en México. En otro ensayo2 ya señalé que la represión y prisión contra hombres con prácticas no heterosexuales ocurrió mucho antes del baile de los 41, y de ello, por ejemplo, dan cuenta las sensacionales crónicas de Heriberto Frías escritas desde la cárcel de Belem en 1895, año de los juicios a Oscar Wilde por sodomía en Inglaterra y de la publicación en Brasil de Bom-Crioulo, de Adolfo Caminha, la novela homoerótica pionera traducida por Luis Zapata.
Luis Mario Schneider tampoco supo de la existencia de Vereda del Norte, una novela con recursos del romanticismo tardío escrita en 1936 por el profesor juarense José Urbano Escobar. La publicó el Ayuntamiento de Ciudad Juárez en 2005, con un estudio introductorio de Adriana Candia. La trama de Vereda del Norte se desarrolla en San Francisquito del Oro, Parral, durante la Revolución Mexicana.
Es la narración del despertar homosexual del adolescente Ricardo García y su romance con el campesino Teófilo Domínguez. El autor de la historia se ostenta como un conocedor erudito de los referentes homosexuales de una cultura gay internacional compartida en Occidente, que incluye, por ejemplo, a Platón, Leonardo y Walt Whitman, el trío de maricones eminentes que más cita.
Vereda del Norte nos saca de los territorios de la ciudad letrada, donde las aventuras novelescas de la narrativa gay suceden con mayor frecuencia, para llevarnos al espacio rural y minero, otro terreno menos explorado de la ficción. José Urbano Escobar, fundador de las Tribus de Exploradores Mexicanos, antecedente de la organización de los boys scouts, es un autor homosexual absolutamente desconocido, incluso por especialistas, aunque sí lo menciona el autor colombiano Fernando Vallejo en El mensajero (1991), la biografía del poeta Porfirio Barba-Jacob.
El crítico de arte Olivier Debroise se interesó a tal grado por Escobar que en su novela póstuma -Traidor, ¿y tú? (2011) ficcionalizó al personaje histórico de Escobar en el personaje literario del maestro Ventura. Debroise usó el apellido del artista visual Miguel Ventura, con quien tuvo largas pláticas sobre el deporte como disciplina para la construcción de los cuerpos jóvenes.
Luis Mario Schneider no pudo leer entonces Los cuarenta y uno: novela crítico-social y Vereda del Norte, pero sí señaló El diario de José Toledo como “la primera novela de tema homosexual”. Recomiendo renunciar a la pretensión arqueológica de encontrar la “primera obra gay” y señalarla así de forma tan absoluta como lo hizo Schneider, como si se tratara de la búsqueda del Santo Grial, del hallazgo de aquella Biblia sodomita perdida. Es una pesquisa inútil, porque siempre surgirá algún texto perdido a la espera de su descubridor. Me parece más útil usar el término de “obra pionera” para visibilizar el contexto de producción temprano de un libro, y además armarse de un arsenal de cartas, diarios, memorias, entrevistas y revistas como fuentes para encontrar obras y autores que pueden enriquecer el corpus de esta literatura.
Y en este corpus sería un acto de mínima justicia incluir a varios autores extranjeros que encontraron en México un espacio para el deseo y el amor. Algunos de ellos son, por ejemplo: los estadounidenses Hart Crane y William S. Burroughs; el italiano Carlo Coccioli y su novela Fabrizio Lupo (1953); el hondureño Rafael Heliodoro Valle y el colombiano Porfirio Barba-Jacob, quienes estuvieron en una tertulia del profesor José Urbano Escobar, según refiere Fernando Vallejo y el mismo Vallejo quien vivió con el escenógrafo David Antón; el colombiano Germán Pardo García a quien Carlos Pellicer expresó su amor en Recinto (1941), según ha estudiado León Guillermo Gutiérrez; el peruano César Moro, quien estuvo enamorado del cadete Antonio Acosta Martínez y por quién escribió los apasionados poemas de La tortuga ecuestre (1957); los españoles Juan Gil-Albert, quien narró su romance con el joven barman Guillermo Sánchez en la novela Tobeyo o del amor (1990) y Luis Cernuda, quien expresó su atracción por el joven fisicoculturista Salvador Alighieri en los Poemas para un cuerpo (1957), a quien conoció en el gimnasio Hércules de la calle de Tacuba en la capital, según ha investigado Antonio Bertrán; el argentino Manuel Puig, cuyo amor por el crítico michoacano Héctor Valdés estimuló la escritura de El beso de la mujer araña (1976); y finalmente el chileno José Donoso que escribió El lugar sin límites (1966) durante su estadía en México.
En contraste con este panorama fascinante de autores y obras, yo observo en el presente la obsolescencia de un modelo literario que los jóvenes autores insisten en reproducir: la hipersexualización de la realidad gay y la imitación a ultranza de la historia del muchacho homosexual calenturiento que recorre la ciudad para coger en cualquier rincón y a cualquier hora. A mi parecer, este paradigma narrativo de El vampiro de la colonia Roma se agotó desde hace décadas. Incluso el mismo Luis González de Alba en su cuento “Posdata que podría enviar el Vampiro de la Colonia Roma”, incluido en El vino de los bravos, parodiaba este modelo porque se daba cuenta que era la única forma posible para escapar de esta representación tan fascinante, pero tan previsible.
Más de cuatro décadas después, los escritores repiten la fórmula y quieren seguir reescribiendo el vampiro, aunque sin el talento de Luis Zapata. ¿Acaso los homosexuales sólo somos seres sexuales? ¿Acaso las realidades de los gays no están atravesadas también por los ámbitos familiares, de amistades y laborales? ¿Acaso todo siempre sucede en la ciudad del sexo; es decir, no hay vida más allá de Cuautitlán? ¿Acaso las realidades indígenas y afrodescendientes no merecen la atención de la literatura gay? Estas cuestiones son retos para los jóvenes autores que quieran ir más allá de los lugares comunes que ya sólo ruborizan a los ñoños más aburridos. Ir más allá del camino amarillo del sexo será más interesante para redescubrir y releer el arcoíris en toda su gama de colores, tonos, luces y sombras.
Bibliografía
Blanco, J. J., y Zapata, L. “¿Cuál literatura gay?”, suplemento “Sábado”, Unomásuno, 8 de octubre de 1983, p. 11.
Mendicutti, E. “Apuntes para una aproximación a la literatura gay”, en Rodríguez González, F. (ed.). Cultura, homosexualidad y homofobia, Laertes, Barcelona, 2007, pp. 81-86.
Reséndiz Oikión, E. “Cárcel de Belem, cárcel de los deseos: heterotopía de sodomitas, afeminados y hombres con prácticas homoeróticas en las crónicas de Heriberto Frías en 1895”, en Parrini, R., y Brito, A. (coords.). La memoria y el deseo. Estudios gay y queer en México, UNAM, México, 2014, pp. 101-118.
Schneider, L. M. “El tema homosexual en la nueva narrativa mexicana”, en La novela mexicana entre el petróleo, la homosexualidad y la política, Nueva Imagen, México, 1997, pp. 65-88.
Valdés Medellín, G. “La otra novela rosa”, Macho Tips, núm. 23, 1989, pp. 2-3 y 6.
Ernesto Reséndiz Oikión
Estudió la Licenciatura en Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Ha escrito algunos de los capítulos de libros como: La memoria y el deseo. Estudios gay y queer en México (2014); y México se escribe con J. Una historia de la cultura gay (2018), entre otros.
Twitter: @eroerny.
1 La ponencia se publicó primero en la revista de la UAM Casa del Tiempo (núm. doble 49-50, febrero-abril 1985); luego se integró con el título “El tema homosexual en la nueva narrativa mexicana” en La novela mexicana entre el petróleo, la homosexualidad y la política (1997) y finalmente fue incluido en la antología Ensayo literario mexicano (2001).
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