30.400
A 40 años del regreso de la democracia en Argentina, es
tiempo de pensar si la emblemática cifra de los 30 mil está completa sin las
historias de lxs desaparecidxs lgbti que no han sido contadas. El libro de
Matías Máximo El Nunca Más de las locas. Resistencia y deseo en la última
dictadura, de Editorial Marea, recorre biografías, estrategias y desventuras
que invitan a imaginar cómo fue vivir durante el momento más sangriento de
nuestra historia siendo travesti, gay o lesbiana.
Por Marce Butierrez
27 de marzo de 2023
En 2019, una usuaria de Twitter estaba indignadísima por
qué unos trolos y no binaries montaron una perfo de voguing durante la marcha
del Día de la Memoria por la Verdad y la Justicia. “Che no pueden ser
respetuosos al menos UN DÍA y no ponerse a hacer el ridículo en una marcha tan
importante como la de #MemoriaVerdadYJusticia? No sé cómo no les da vergüenza
despolitizar y tomarse en joda todas las luchas por los DDHH” expresó la
avinagrada twittera junto a un video donde un grupito de maricones convertían
en runway la 9 de julio para mover la cuerpa al grito de memoria, verdad y
justicia.
Entre los comentarios había acusaciones al colectivo LGBT
por banalizar la lucha por los Derechos Humanos, por tener la cabeza quemada de
glitter, por no quedarnos acotados a manifestarnos en “nuestra” marcha del
orgullo, por dejar que la agenda neoliberal convierta en fiesta un acto de
conmemoración y por hacer que a los heterosexuales les tiemble el culo. Una
interminable lista de expresiones rancias, emergidas, lamentablemente, de
compañeros y compañeras con quienes nos une la convicción de que los Derechos
Humanos se defienden en la calle, aunque a ellos les guste más el piquete y la
cacerola que la provocativa sensualidad de un cuerpo que se siente libre por
fuera de la gris heteronorma.
Pero a más de uno de aquellos estirados compañeros que
estaban preocupados en Twitter por la degeneración liberal de nuestra danza se
les escurriría la leche mientras leen el nuevo libro de Matías Máximo, “El
Nunca Más de las locas. Resistencia y deseo en la última dictadura”. No porqué
el libro esté repleto del vulgar erotismo de la pornografía, sino porque estan
retratadas allí -con magistral prosa- las vidas de quienes inventaron refugios
para lamer, para coger, para desear y para ponerle el culo a una revolución que
les quemaba el cuerpo.
La novedad de este libro está en su forma de contar con
palabras simples, con relatos cortos y una imaginería maricona las vidas,
estrategias y desventuras de nuestras 400 desobediencias.
Marea Editorial, presenta El Nunca Más de las locas
dentro de su colección Historia Urgente, un nombre más que apropiado para estos
relatos calientes y bulliciosos.
Vivir
en dictadura
Aunque este libro contiene nuestras historias, no se
trata de un libro de Historia. Es un texto amigable, que busca acercar el
lenguaje de las cientos de investigaciones en la materia a un público curioso.
Es un texto que como un trolo de tetera, le relojea el bulto a los heteros y
los seduce con una mirada fresca, estableciendo un código común y necesario
para enredar historias. Con habilidad periodística, Máximo consigue retratar a
través de nueve cortos capítulos distintas realidades que invitan a imaginar
cómo fue vivir durante la dictadura siendo trava, trolo o torta. El relato no
se priva de nada, logra mezclar con emoción múltiples trabajos de
investigación, entrevistas, relatos que parecen fantasía (o quizás no),
emocionadas declaraciones, datos precisos, metáforas y descripciones que suben
la temperatura.
El Nunca Más de las locas te sumerge en las aguas del
Arroyo Tres Bocas, ese punto paradisíaco en las aguas del Tigre; te arrastra de
cuclillas entre calabozos, te electrifica como una picana y te deja sentir la
carne ulcerada de siliconas de las travas que laburaron al sur de Buenos Aires.
Las violencias sufridas por el colectivo LGBT durante los
años de la última dictadura militar son un tópico profundamente explorado por
quienes investigan en torno a la historia queer. Desde el clásico texto de
Rapisardi y Modarelli, “Fiestas, Baños y Exilios” (2019), hasta las más
recientes investigaciones alimentadas por el reverdecer de los archivos trans y
queer, existe un amplio campo de discusiones producidas desde la síntesis de
activismos y academia. El libro de Máximo recoge con acierto varias de estas
posturas y las explicita sin pudor. De alguna curiosa manera en la narrativa de
El Nunca Más de las locas logran difuminarse las tensiones y fronteras entre
posiciones que dentro de los círculos académicos han producido chispas y fuego.
Números,
lugares y fechas de este otro Nunca más
El debate sobre la precisión de la cifra de 30.400
desaparecidos LGBT, se salda sin rencores en el texto explicando no sólo su
orígen sino reivindicando su valor en términos de estrategia política. Del
mismo modo, la pluma de Matias Máximo va y viene sin miedo desde los 70s al
2000, ilustrando la violencia recibida por las locas sin que la precisión
temporal, que angustia a los historiadores, le haga temblar el pulso.
Los relatos están centrados en las propias cronologías
que las comunidades de travas, tortas y maricas se construyen, las cuales están
muchas veces “ordenadas” en un eje distinto al de la vida política de la nación
cis-heterosexual. Y es que muchas veces nuestras locas sobrevivientes olvidan
las fechas, pero tienen memoria de lugares: recuerdan los tiempos del Tigre,
los del yiré sobre Santa Fe, los de los baños de la Estación Tres de Febrero,
los de los Carnavales de Villa Ballester, las comisarías de Munro o las
librerías de Corrientes. Ese desordenado hacer memoria que a los historiadores,
antropólogos y sociólogos nos tensa los nervios van acumulándose página a
página en este otro Nunca Más.
Estos nueve capítulos tienen además la virtud de tratar
de reflejar la violencia que transversalmente afectó a las siglas LGBT, algo
que no siempre ocurre en los campos académicos. En las página de El Nunca Más
de las locas encontramos maricones viejos refugiados en el Tigre tras la
creciente violencia de la policía posterior al Mundial 78; están las travas que
fueron testimoniantes de las violencias recibidas en los centros clandestinos
de detencion de los Pozos de Banfield y Quilmes; el Negro Miguel, una travesti
que fue y volvió y se hizo bermuda los jeans que ni siquiera nos llegamos a
probar las tontas chicas trans y no binarias del presente; los maricas
intelectuales de izquierda que armaron el grupo Nuestro Mundo; las lesbianas
que fumaban como camioneros en el sótano de San Telmo.
Estamos todas las carnívoras, las desobedientes, las
hambrientas del deseo, las descocadas, las bochincheras, las caricatas, las
estupendas, las chongas, las curiosas, las peteras. Cómo en una fiesta
lujuriosa en el departamento de Paraná, estamos todas fumando faso y exceso
mientras soñamos revoluciones. Y no importa si la historia es real o medio
inventada, nuestro Nunca Más es el producto de nuestro desesperado deseo de
justicia por los orgasmos que nos negaron, los besos que nos secuestraron y la
silicona derramada.
Luchar
es más que una perfo
Pocas novedades editoriales son tan urgentes. No sólo
porque los fachos imprimen libros al ritmo que nos roban derechos, sino porque
hace tiempo nuestras nuevas generaciones confunden nuestras luchas históricas
con las agendas estatales. Para muchxs pibxs lo único parecido a luchar, es ir
a la marcha que organiza el partido gobernante y a la que te invita el
ministerio con un flyer lleno de dibujitos, colores y coso. Para esas generaciones
estas historias son imprescindibles, son la posibilidad de mirar un tiempo no
tan lejano donde luchar era mucho más que una perfo, donde nuestros cuerpos
conspiraban y cogían al mismo tiempo y donde había mucho más que perder que
pronombres. Y la prosa de Máximo tiene la cadencia, la dulzura y la magia
necesaria para poner en clave narrativa muchas de las investigaciones sobre
estos temas que hasta aquí, habían quedado reservadas a círculos de académicos
y activistas particularmente interesados en el tema. Muchos de estos capítulos
pueden ser la cartelera de un colegio, la lectura de una clase de ESI, el
recurso para jóvenes mariconas que empiezan sus militancias y también un texto
imprescindible para mapear las líneas investigativas en vigor.
¿Es este Nunca Más de las locas suficiente para hacer
justicia para la comunidad LGBT? No, no en realidad. Si alguna crítica le cabe
a este libro es quizás lo ambicioso de su título, que si bien seduce, no es del
todo acertado. Así cómo en su momento una decisión gubernamental sustentó la
constitución de una comisión que investigue los crímenes de la última
dictadura, nuestras locas también reclaman ese trato.
Este libro hace un enorme y valorable esfuerzo, pero para
lograr la justicia tan debida -real, no discursiva- también nuestra comunidad
se debe un espacio común de discusiones, de investigaciones y de desarrollos
historiográficos que nos permitan alcanzar justicia para nuestrxs muertxs a
manos del Estado desde principios del Siglo XX con la sanción de los edictos
policiales hasta el 2012, cuando apenas se nos reconoció una porción de
ciudadanía. Y nos debemos ese Nunca Más para vengarnos de la moral burguesa que
nos disciplinó y disciplina; y para alcanzar no sólo la reparación histórica de
las sobrevivientes, sino también la reparación historiográfica de nuestro
pasado.
Fragmento
de El Nunca más de las locas
Como muchos de su generación, Julián García Acevedo no
cree que en la dictadura haya existido un plan específico para quienes tenían
una identidad más allá del binomio, una orientación sexual que se corriera de
lo hétero o cualquiera de los sinónimos que se usaban para hablar de personas
LGBT+. Hoy es un hombre trans de sesenta años que sonríe seguido, usa un gorro
con visera y después de un devenir íntimo está comenzando su tratamiento con
testosterona. En mayo de 1976 tenía claro que le gustaban las mujeres y había
conocido a una estadounidense de la que se había enamorado locamente, sin
disimulo, como suele suceder cuando es amor. Su amada Antonia estaba de visita
en Buenos Aires y caminaban horas fuera del tiempo, se besaban por las calles
más grises de Buenos Aires -las del microcentro-, e iban de la mano donde el
casco histórico guardaba el olor a humedad entre los adoquines. Un día, al llegar
a la calle Tacuarí, entraron a un albergue transitorio. Pagaron el turno y una
vez en el cuarto se empezaron a desvestir, pero sonó la puerta.
-Rápido. Tienen que salir porque está la policía -dijo el
conserje.
No hicieron caso, asumían que era una broma, y siguieron
en el vaivén de los cuerpos. La puerta volvió a sonar.
-La policía las espera afuera, se tienen que ir ya mismo.
Antonia estaba de viaje con su mochila por América Latina
y pensaba que la libertad en el Cono Sur era moneda corriente, pero desde que
habían entrado a la Argentina notó que las cosas no eran igual que en otros
países. La rareza empezó en Misiones, donde un grupo de militares la demoraron
porque al revisarla encontraron tampones O.b. y sin entender lo que eran los
desarmaron uno a uno, creyendo que quizás guardaban algún elemento subversivo.
-Ustedes se estaban besando en la calle y eso no se
puede, ¿dónde piensan que están?, van a tener que acompañarnos - les dijo el
policía de Moralidad.
El oficial de civil iba con un grupo que al ver que la
escena estaba controlada lo dejaron solo. Les pidió que lo sigan a la
comisaría, a pie, y en una de las esquinas por la Avenida de Mayo y 9 de julio
les señaló un operativo, donde se estaban llevando gente de un local de comidas
a un camión celular. “¿Entienden lo qué está pasando?, no pueden andar por la
calle tan despreocupadas”. Julián tenía dieciocho años, militaba en la Juventud
Peronista de Ituzaingó y viajaba todos los días al microcentro porteño para
trabajar haciendo la cadetería de una empresa. Ante la insistencia y la promesa
de no repetir el crimen de besarse, ese día de reencuentro con Antonia el
policía aceptó no hacer la pasada de averiguación de antecedentes por la
comisaría, pero a cambio propuso acompañar hasta el tren para asegurarse de no
hicieran ningún otro “escándalo”, la frase común que se usaba para aplicar los
artículos contravencionales.
Cuando llegamos a la estación de tren el policía se sube
al lado nuestro, ya parecía custodio personal. Todo el viaje hasta Ituzaingó
fue pensar con terror “¿y ahora qué?, este se baja y nos viola…”, porque la
preocupación por los abusos correctivos siempre estaba latente. Al final,
llegamos a la estación y resultó un psicópata más de los que andaba suelto y
avalado por el Estado. Porque más que desapariciones sistemáticas o torturas lo
que teníamos que soportar era este lado paternalista, tanto la policía como los
militares se sentían con el poder de revisarte lo que llevabas y regañarte.
Creían que había que educar a la sociedad, te daban lecciones de vida de lo que
estaba bien o mal según sus criterios.
Este
artículo fue publicado originalmente el día 24 de marzo de 2023
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