MASCULINIDAD GAY
Carlos Alberto Barzani
Psicoanalista
carlos.barzani@topia.com.ar
Valentín: ¿Qué es ser hombre para vos?
Molina: Es muchas cosas, pero para mí… bueno,
lo más lindo del hombre es eso, ser lindo, fuerte,
pero sin hacer alharaca de fuerza, y que va avanzando seguro.
Que camine seguro, como mi mozo, que hable sin miedo,
que sepa lo que quiere, a dónde va, sin miedo de nada.
Valentín: Es una idealización, un tipo así no existe.
Manuel Puig, El beso de la mujer araña
Bibliografía
Notas
Graciasss/www.topia.com.ar/articulos/masculinidad-gay
Carlos Alberto Barzani
Psicoanalista
carlos.barzani@topia.com.ar
Valentín: ¿Qué es ser hombre para vos?
Molina: Es muchas cosas, pero para mí… bueno,
lo más lindo del hombre es eso, ser lindo, fuerte,
pero sin hacer alharaca de fuerza, y que va avanzando seguro.
Que camine seguro, como mi mozo, que hable sin miedo,
que sepa lo que quiere, a dónde va, sin miedo de nada.
Valentín: Es una idealización, un tipo así no existe.
Manuel Puig, El beso de la mujer araña
Expulsión de lo
homoerótico de la masculinidad
Desde el establecimiento de la homosexualidad como una
categoría psiquiátrica en la segunda mitad del siglo XIX, fue considerada como
el par antitético de la masculinidad y la “hombría”, y por ese motivo
demonizada, rechazada y patologizada. Lynne Segal -psicóloga, especialista en
estudios de género y masculinidad- afirma: “Durante más de cien años, las
creencias científicas y populares han sostenido que la homosexualidad masculina
deriva de -y al mismo tiempo expresa- algo “femenino” en el hombre -la ausencia
de los niveles apropiados de masculinidad.”[1] Deseos y/o prácticas
homosexuales comenzaron entonces a definir a un tipo específico de hombre, el
“invertido sexual”. Con este movimiento se expulsó lo homoerótico de lo
masculino y se lo patologizó y asimiló simbólicamente a lo femenino y a la
monstruosidad (o incluso lo abyecto en términos de Julia Kristeva). La
asociación feminidad-pasividad y homoerotismo es un fenómeno de los dos últimos
siglos, ya que no había sido así en otros momentos socio-históricos.[2] La
heterosexualidad se convirtió en requisito de virilidad y hombría.
Masculinidad como
construcción social
Para hablar de masculinidad gay debemos saber -ante todo-
qué entendemos por masculinidad. La perspectiva socio-histórica-antropológica
nos permite discernir “las masculinidades” como construcciones simbólicas que
varían cultural e históricamente. Un conjunto de narrativas, discursos y
significaciones imaginarias siempre cambiantes, que construimos
intersubjetivamente a través de nuestras relaciones con nosotros mismos, con
los primeros otros y nuestro mundo social; pero que sin esta perspectiva las
concebimos como “naturales” y universales. Asimismo su construcción social está
normativamente regulada, ya que aparece sometida a prescripciones y
restricciones que -como decíamos- siempre varían según época y lugar. A partir
del instante en que se determina si somos varón o mujer, recibimos un trato
diferenciado conforme a dicha designación.
Se nos marcan desde la infancia las características
sociales y culturales de lo masculino y lo femenino; con ello se nos prepara
para que ejerzamos los roles de género que la sociedad (y nuestros primeros
significativos) espera de cada uno. Enrique Carpintero apunta que si bien el
concepto de género es indisociable de la sexualidad, metapsicológicamente
corresponde al dominio de la estructura del yo. “Si en la sexualidad humana no
hay correspondencia entre pulsión y objeto, la diferencia entre masculinidad y
feminidad se rige por un proceso complejo de identificaciones primarias y
secundarias.”[3] En este sentido, ser un hombre está enraizado en la trama
básica del yo, en cambio, ser “todo un hombre” o “un hombre de verdad”
corresponde al ideal de yo.
El común de los textos que trabajan sobre masculinidad lo
hacen en oposición a la feminidad y en su mayoría como sinónimo de
virilidad.[4] Según la socióloga australiana Raewyn Connell[5] una cultura que
no trata a las mujeres y los hombres como portadores de tipos de personalidad
polarizados no tiene un concepto de masculinidad según la noción cultural
europea y estadounidense moderna. “La masculinidad, hasta el punto en que el
término puede definirse, es un lugar en las relaciones de género, en las
prácticas a través de las cuales los hombres y las mujeres ocupan ese espacio
en el género, y en los efectos de dichas prácticas en la experiencia corporal,
la personalidad y la cultura.”[6]
Del mismo modo una masculinidad específica se constituye
en relación con otras masculinidades y con la organización total de las
relaciones estructuradas con base en el género. Por lo tanto, no será la misma
experiencia la de un sujeto que “porta” una “masculinidad hegemónica” que quien
se considera como parte de una masculinidad subordinada. No solo los gays
entrarían en esta categoría sino también los varones heterosexuales
“afeminados”, los gordos, y todo varón que no cumpla con ciertos requisitos
como el poder socio económico, la etnia, la nacionalidad, el color de piel,
etc. Veremos más adelante la importancia de esta diferenciación ya que por
ejemplo dentro de determinados grupos de varones gays resultan devaluados,
despreciados y rechazados el afeminamiento y la “pasividad”[7] sexual.
Un paciente a quien llamaré Damián decía: “aprendí que
para levantar en una disco o en Grindr[8] tenés que hacer como que sos hetero”
y luego agrega: “siempre me pasa que los que parecen más machos terminan siendo
los más pasivos en la cama; ¡una estafa! (se ríe).”
Diversos autores coinciden en subrayar que la identidad
masculina se construye por oposición o en negativo, es decir, por un proceso de
diferenciación de lo femenino, más que como resultado de un proceso de
identificación con otros hombres. Ser hombre implica demostrar que no se es un
bebé, ni una mujer, ni homosexual (al que se imagina como afeminado).[9]
Silvia Bleichmar en Las paradojas de la sexualidad
masculina, llama la atención sobre la similitud entre las fantasías que se
presentan en el análisis de varones (de occidente) y lo que hallan los estudios
antropológicos en diversas culturas. Se trata de fantasmas de felación por
parte de otros hombres o de recepción de un pene analmente que otorgue y
refuerce la potencia y la virilidad. Siguiendo a Gilmore (1994) destaca que la
virilidad en diversas sociedades no está dada naturalmente, sino que implica
una conquista que se adquiere a través de duros rituales de des-pasivización y
des-feminización y que una vez conseguida exige de un sostenimiento permanente,
dado que el sujeto puede ser más o menos fácilmente destituido de la misma.
Para la autora estos fantasmas de feminización recomponen
en los varones los orígenes mismos de la sexualidad, caracterizada por una
posición pasiva respecto del otro de los primeros cuidados dado que es objeto
de las maniobras del adulto; deseado y atravesado por su sexualidad, el deseo
infantil se revela como activo en relación con la meta pulsional, pero conserva
una radical pasividad con relación al otro, el varón se ve exigido a un trabajo
arduo de distanciamiento de dicha “feminidad” originaria. En un segundo tiempo,
la identificación al otro masculino confronta al varón a la profunda
contradicción de incorporar el objeto-símbolo de la potencia, otorgado por otro
hombre. Siendo la homosexualidad una de las vicisitudes posibles.
Homoerotismo y
masculinidad
Las primeras teorías psiquiátricas hablaban de hombres
encerrados en un cuerpo de mujer, una de las denominaciones más utilizadas era
“invertidos”. El mismo Freud en sus Tres ensayos de teoría sexual habla de
“invertidos” y de “inversión”.[10] Y en una nota agregada en 1920 (p. 133, nota
13) considera necesario hacer lugar a una observación de Ferenczi[11]: “Pide
que se distinga con claridad al menos entre estos dos tipos: el homoerótico en
cuanto al sujeto, que se siente mujer y se comporta como tal, y el homoerótico
en cuanto al objeto, que es enteramente masculino y no ha hecho más que
permutar el objeto femenino por uno de su mismo sexo... Aun admitiendo estos
dos tipos, es lícito agregar que en muchas personas hallamos, mezclados, cierto
grado de homoerotismo en cuanto al sujeto con una cuota de homoerotismo en
cuanto al objeto.”
La agudeza clínica de Ferenczi le permite diferenciar
tempranamente entre orientación sexual e identidad de género muchos años antes
que sea -esta última- definida por Stoller. Asimismo Freud intenta impugnar el
binarismo con su teoría de la bisexualidad del ser humano y sostiene que en
toda persona podemos encontrar componentes “mezclados” y a la vez cuestiona la
concepción esencialista de que, las mujeres son femeninas y los hombres
masculinos, y afirma que no hay nada más incierto que la masculinidad y la
feminidad.
“Es indispensable
dejar en claro que los conceptos de ‘masculino’ y ‘femenino’, que tan unívocos
parecen a la opinión corriente, en la ciencia se cuentan entre los más
confusos... en el caso de los seres humanos no hallamos una virilidad o una
feminidad puras en sentido psicológico ni en sentido biológico. Más bien, todo
individuo exhibe una mezcla de su carácter sexual biológico con rasgos
biológicos del otro sexo, así como una unión de actividad y pasividad, tanto en
la medida en que estos rasgos de carácter psíquico dependen de los biológicos,
cuanto en la medida en que son independientes de ellos.”[12] Y en la
conferencia sobre “La feminidad” de 1932 en un tono algo irónico “desaconseja”
que hagamos coincidir “activo” con “masculino” y “pasivo” con “femenino” ya que
-y ahora con un vocabulario más riguroso- nos invita a no “pasar por alto la
influencia de las normas sociales, que de igual modo esfuerzan a la mujer hacia
situaciones pasivas.”[13]
Varones gays:
masculinidad-feminidad
La cultura patriarcal interpreta a los varones gays como
si no fueran hombres o que al menos les falta masculinidad desde dos ejes
diferentes que se confunden y entremezclan. Por un lado, se atribuye a los gays
una expresión de género[14] “afeminada” (de hecho aun hoy gran parte de las
burlas apuntan al “quiebre de muñeca” o al movimiento de caderas). El otro eje
alude a la orientación sexual y en particular a la sexualidad anal, la cual
genera rechazo; además el sexo anal receptivo es marca de feminización. De
hecho la construcción de la masculinidad hegemónica heterosexual está dada por
la clausura del ano del varón.[15]
Judith Butler dilucida que la conformación de las
identidades de género y las identidades sexuales se han construido de tal forma
que se instaura una coherencia y continuidad entre sexo, género, práctica
sexual y deseo. En otras palabras, se da por supuesto que el sujeto que tenga
un cuerpo de macho, por tener pene, se define como varón y debe ser masculino
y, por lo tanto, heterosexual; la hembra por tener vagina, se define como mujer
y se espera que sea femenina y por supuesto heterosexual. Las prácticas
reguladoras pretenden generar identidades coherentes, y con ello, según Butler,
se está produciendo la heterosexualización del deseo, pero dicha
heterosexualización requiere e instituye la producción de oposiciones discretas
y asimétricas entre femenino y masculino.[16]
Una viñeta clínica
Esteban (30 años) consultó -hace unos quince años atrás-
ya que sentía que no tenía empuje, ni constancia para avanzar en la vida, los
proyectos que se proponía le duraban unos meses, o a lo sumo un año (como
cuando comenzó a estudiar diseño gráfico en la facultad). Hace un recuento de
todas las actividades que hizo desde su adolescencia: dibujo, fútbol, rugby,
taekwondo, reparación de pc, guitarra, etc. Cuando le pido que me cuente más
sobre él, refiere que nunca le atrajeron las mujeres, que siempre se sintió
atraído por hombres masculinos; “no es por nada, pero para mariquitas, me busco
una mina.”[17]
Luego de algunas entrevistas agrega que su rol sexual es
“activo”, “el culo no lo entrego, yo soy el macho; tengo suerte para levantar
porque la mayoría busca alguien activo.”
Ante tanto alarde de “masculinidad”, recordé la metáfora
del tero que pone el huevo en un lado y grita en el otro. Agrega que nunca
estuvo en pareja, aunque ha tenido relaciones que le han durado uno o dos
meses. “La verdad es que las minas no me calientan y los tipos con los que he salido
no me llenan, no me enamoro.”
Analista (A)- ¿no te llenan? (en el mismo momento que
estaba diciéndolo me pregunté si no había puesto el dedo en la llaga, antes de
tiempo)
E- ¿Qué me querés decir? Te dije que soy activo, no tengo
problema con eso, solo que no me gusta. (bastante exaltado) ¿Vos te creés que
porque me gustan los tipos me tiene que gustar que me cojan? ¡No entendés nada!
A- Yo no quiero decir nada. Solo repetí lo que vos
dijiste. Me llama la atención que te enoje tanto la pregunta.
E- Solo quise decir que me siento vacío, me aburro
después de un tiempo.
Esteban no estaba muy dispuesto a que le cuestionaran lo
que él consideraba su masculinidad.
Al mismo tiempo esta serialidad de hombres que “lo
aburrían” y “no lo llenaban”, coincidía con la serialidad de actividades que
había hecho y también lo habían aburrido y no lo habían llenado. En otras
palabras, el motivo de consulta inicial estaba en articulación con la
experiencia de su vida sexual. Mi percepción contratransferencial es que había
un bloqueo que lo inhibía; a pesar de tanto despliegue de “masculinidad”, su
potencia deseante era de poco alcance.
En relación al vínculo con sus padres, refiere que no
saben de su homosexualidad y que no piensa contarles; “los desilusionaría, mis
viejos siempre quisieron que fuera deportista, lo soy, pero no tengo constancia
en nada, hago un poco de cada cosa... Mi viejo siempre me llevaba al club, él
también era deportista, llegó a jugar fútbol profesionalmente hasta que tuvo un
problema en la rodilla. A mi vieja la quiero, pero mi viejo siempre fue mi
ídolo... Recuerdo que cuando me llevaba en el auto al club pasábamos por una
zona que había algunas maricas en la esquina y él me decía que esa gente daba
asco, que no eran hombres, que eran unos putos de mierda, que el culo era para
cagar; y que ojo si alguien me quería tocar el culo en el vestuario.”
Hasta aquí da la impresión que “dejarse tocar el culo”
implica para Esteban desilusionar a su padre que tanto “idolatra”; sería
convertirse en “un puto de mierda” y caer para la mirada de su padre. Pero al
mismo tiempo, algo de esto lo deja insatisfecho y sin potencia para sostener su
deseo y lo condena al aburrimiento. Si bien le había transmitido algo de esto
en diferentes entrevistas, se enoja y falta sin avisar a dos sesiones seguidas.
Contratransferencialmente tuve la sensación de haber tocado una “roca” fuera de
timing y pensé que interrumpiría el tratamiento.
Sin embargo, para mi sorpresa, a la tercera vuelve y
permanece un largo rato en silencio. Le pregunto qué pasó (en referencia a sus
ausencias) y me contesta que le cuesta contarme algo que le da mucha vergüenza
y culpa.
Con mucha dificultad cuenta que había decidido no volver,
ya que sintió que continuar con su terapia implicaba traicionar a su padre.
Pero que el último fin de semana le había pasado algo que lo aterrorizaba y que
me tenía que contar. “Fui a una fiesta y tomé un poco demás y había un chabón
que me recalentó desde que lo vi, así que terminé en su casa y la verdad es que
estaba tan caliente que no sé cómo pasó (permanece en silencio unos segundos).
Me penetró y acabé en el acto, yo siempre dije que no me gustaba, pero me
gustó, después me sentía sucio... Es raro, porque usamos forro, no es que me
acabó adentro, pero yo sentía el estómago revuelto igual.”
Le recuerdo lo que había contado respecto que para su
padre el culo era algo sucio, para cagar y no para el placer. Y que por lo que
cuenta pareciera que gozar de una sexualidad anal sería traicionarlo y que eso
le revolvía el estómago. Contrariamente a lo que venía estando sucediendo, no
se opuso a esta intervención. Los siguientes meses de análisis prosiguió
trabajando el conflicto entre “desilusionar a su padre” y “recibir de un
hombre”. En este sentido en una sesión llegó a decir “cuando la pegás cuando me
decís algo me enoja porque siento que me ganaste, no sé, es como cuando hacía
taekwondo y perdía una pelea sentía que el otro me había doblegado, que era más
hombre que yo.” Aquí recibir algo de otro varón le presentifica un fantasma de
sumisión y en consecuencia, de feminización y pasivización.
Freud en “Análisis terminable e interminable” advierte
que “De la sobrecompensación desafiante del varón deriva una de las más fuertes
resistencias transferenciales. El hombre no quiere someterse a un sustituto del
padre, no quiere estar obligado a agradecerle, y por eso no quiere aceptar del
médico la curación.”[18]
El efecto de este trabajo fue que, aparte de empezar
paulatinamente a gozar más de su sexualidad, Esteban retomó sus estudios de
diseño gráfico, actividad que realizaba con entusiasmo y logró finalizar.[19]
Éste había sido el motivo de consulta manifiesto que estaba articulado en una
trama compleja con la constitución de su masculinidad y el ejercicio de su
sexualidad.
“Abrir las posibilidades para el género sin precisar qué
tipo de posibilidades deben realizarse.” Ese es, según Judith Butler, uno de
los objetivos de El género en disputa.[20] Enunciación que bien podría
describir la travesía de un análisis. “Abrir posibilidades” excluyendo un
determinado “deber ser”. No me resulta ociosa esta aclaración cuando hablamos
de masculinidad y feminidad, dos conceptos tan plagados de ideología y juicios
valorativos.
Bibliografía
Andrés, Rodrigo. “La homosexualidad masculina, el espacio
cultural entre masculinidad y feminidad, y preguntas ante una ‘crisis’” en
Nuevas masculinidades, Eds. Marta Segarra y Àngels Carabí, Icaria, Barcelona,
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Sívori, Horacio, Locas, chongos y gays. Sociabilidad
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Volnovich, Juan Carlos, Ir de putas. Reflexiones acerca
de los clientes de la prostitución, Topía, Buenos Aires, 2010.
Notas
[1] Segal, Lynne (1990), Slow motion. Changing
masculinities. Changing Men, New Brunsbrick, N. J., Rutgers University Press,
1995, p. 135
[2] El caso más conocido es el de la Grecia clásica y lo
que afirma Platón en El Banquete acerca de que un ejército compuesto por
amantes y amados serían los mejores soldados. John Boswell (1980) cita varios
pueblos de la antigüedad. En dicha investigación Boswell demuestra el
surgimiento de una subcultura homosexual (“ganimédica”) durante el período
1050-1150. Para este autor recién en la segunda mitad del S. XII aparece una
virulenta hostilidad hacia lo homoerótico en la literatura, que luego se
extendió a la teología y a los escritos jurídicos, antes de esto las
disposiciones legales eran raras y de dudosa eficacia. Por otro lado, Rodrigo
Andrés (2000, pp. 122-3) ubica diversas sociedades en la actualidad donde no se
verifica la asociación prácticas homoeróticas-feminidad.
[3] Carpintero, Enrique (2014, p. 109)
[4] Según el diccionario etimológico de Corominas viril:
“adj. ‘varonil’, h. 1440. Tomado del latin v'írilis ‘masculino’, ‘propio del
hombre adulto’, ‘vigoroso’, deriv. de vir, viri, ‘varón’.”
[5] Creadora del concepto de “masculinidad hegemónica”,
en su página web se autodefine del siguiente modo: “Raewyn es una mujer
transexual quien realizó tardíamente su transición formal. La mayor parte de su
trabajo anterior fue publicado bajo el nombre neutral de género RW Connell.”
[6] Connell, Raewyn W. (1995), Masculinidades, México:
PUEG, 2003, p. 109
[7] Aquí nos referimos al rol receptivo, ya que tal como
lo describió Freud la pulsión nunca es pasiva, en todo caso la meta es pasiva.
[8] La aplicación (app) más popular para establecer
contacto entre hombres.
[9] Por ejemplo, Badinter (1992, p. 62), Connell (1995,
104), Kimmel (1994), Gilmore (1994), Stoller (1974, 358) citado por Gilmore
(1994, 37-38), Volnovich (2010, Cap. 2: “El proceso de devenir varón”) entre
otros.
[10] También Havelock Ellis en sus difundidos Estudios
sobre psicología sexual y citados sistemáticamente por Freud en sus “Tres
ensayos de teoría sexual”.
[11] Hay publicación en español del texto citado por
Freud: Ferenczi, Sandor (1914), “La nosología de la homosexualidad en el
hombre” en Ruitenbeeck, Hendrik (comp.), La homosexualidad en la sociedad
moderna, Siglo Veinte, Buenos Aires, 1973.
[12] Freud, S., Tres ensayos... p. 200-1,. Nota de 1915.
[13] Freus, S. (1932), p. 107.
[14] Se entiende por identidad de género a la vivencia
interna e individual del género tal como cada persona la siente, la cual puede
corresponder o no con el sexo asignado al momento del nacimiento, incluyendo la
vivencia personal del cuerpo y otras expresiones de género como el habla, la
vestimenta o los modales (varón, mujer, trans, no binario, etc.). La expresión
de género se refiere a los atributos externos, el comportamiento, la
apariencia, la vestimenta, etc. (masculino, femenino, andrógino)
[15] cf Barzani, Carlos (2015), p. 86.
[16] Butler, Judith, 1990, p. 72-3.
[17] Esta afirmación se puede escuchar frecuentemente por
parte de varones gays. Se pueden consultar por ejemplo las siguientes investigaciones:
Sívori, Horacio (2005) realiza una investigación
etnográfica de la sociabilidad de los varones gays en la ciudad de Rosario,
Argentina entre mayo y agosto de 1992 y encuentra que: “La habilidad para
mantener una imagen ‘nada que ver’, ‘sin plumas’ y el presentarse discretamente
eran valorados como ideales de conducta” y “la importancia dada a la
manutención de una imagen masculina, discreta y autocontenida como ideal estético
y erótico.” p. 99. Y más recientemente: Ariza, Saúl (2018) efectúa tres años de
experiencia etnográfica en diferentes ciudades españolas, en chats y
aplicaciones de contactos para hombres, bares nocturnos y centros deportivos y
observa que ciertos ideales relacionados con la masculinidad y la discreción,
así como los discursos contra “la pluma”, -esto es, la feminidad en el hombre-
hegemonizan la interacción en este tipo de espacios.
Gómez Beltrán, Iván (2016, 2019) también halla la
constante de rechazo de la “pluma” y lo femenino en el varón en las
aplicaciones de contacto entre varones gays -Bender (Wapo) y Grindr- en Madrid,
México y Londres.
[18] Freud, Sigmund (1937), p. 253.
[19] Este proceso trascurrió a lo largo de tres años. Por
una consulta puntual que realizó dos años después pude saber que se había
recibido de diseñador gráfico y había comenzado un proyecto independiente con
un ex compañero de la facultad.
[20] Butler, Judith (1990), “Prefacio (1999)”, p. 8.
Graciasss/www.topia.com.ar/articulos/masculinidad-gay
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