JAIME HUMBERTO HERMOSILLO



JAIME HUMBERTO HERMOSILLO:
«LOS ANORMALES SON USTEDES»
 
Sergio Huidobro
17.01.2020
 
El primero de los amores perdidos y llorados por Jaime Humberto Hermosillo medía más de 30 metros y ya era un anciano cuando el cineasta entró en él por primera vez, antes de cumplir diez años. El Cine Rex, en el centro de Aguascalientes, fue su primer y único templo de oración. Prófugo de la escuela y obsesivo con las pantallas, Hermosillo había nacido en esa capital de provincia en enero de 1942, tercero entre cuatro hermanos y una hermana; sería huérfano de padre desde los primeros años.
 
Llamar afición a su culto por aquella sala sería descafeinarla. En algún momento bajo de la economía hogareña, encontró el modo de infiltrarse sin pagar junto a un hermano, de modo que vieran la pantalla desde atrás y tuvieran que entenderlo todo como en un espejo invertido, incluidos los subtítulos.
 
Afiebrado por los detalles de todo lo que veía, conservó desde entonces un registro riguroso que nos permite saber que entre los diez y los quince años vio El tercer hombre (Carol Reed, 1949), Cantando bajo la lluvia (Gene Kelly y Stanley Donen, 1952), Notorious (Alfred Hitchcock, 1946), Carta de una desconocida (Max Ophüls, 1948) o La ventana indiscreta (Alfred Hitchcock, 1955), entre centenas de otras películas que le habrán dejado una huella menos profunda, pero huella al fin.
 
Para cinéfilos como él —hoy casi extintos— no hay función desperdiciada. No escribo centenas por escribir algo: José de la Colina, uno de sus amigos más constantes, asegura que en un domingo de esa pubertad hidrocálida, Hermosillo vio siete películas —tres en matiné, dos en la tarde, dos en la noche— y que el resto de la vida se le fue en intentar romper la marca. Ignoro si lo logró.
 
Homosexual de vocación temprana y rebelde con varias causas, Hermosillo fue tan anormal como puede serlo un jovencito que en una provincia del Bajío, a mitad del siglo XX, ya ha leído todas las traducciones a la mano de Eugene O’Neil, su primer amor no consumado.
 
Libertad y diferencia son los dos ejes que atraviesan sus películas y a sus personajes, de entre los cuales, contra lo que se ha dicho, la homosexualidad es la condición menos problemática: los hay hermafroditas, incestuosos e incestuosas, feminicidas, mancos, ninfómanas, pirómanas con cicatrices, ladrones de la Basílica, matricidas, pornógrafos amateur, todos combinados y atrapados en la que para él, era una fatalidad más tóxica que todas las mencionadas: la familia mexicana.
 
—Elogio de los raros: los personajes de Hermosillo
 
De haber empezado a crear diez o 30 años antes, en algún momento entre el gobierno de Carranza (1917-20) y el estreno de Nosotros los pobres (Ismael Rodríguez, 1948), imagino que Hermosillo habría caminado el sendero de los novelistas outsider, los cronistas flâneur o los poetas malditos, arrinconados entre la asfixia de la vida provinciana y la afición por sacudir la conciencia de tías persignadas. En vez de eso, ingresó al CUEC capitalino en 1962 —salió un año después, reingresó en 64 y volvió a desertar en 68, en pleno movimiento estudiantil— para ejercer esas mismas provocaciones a través de la cámara y el celuloide.
 
Nunca se inscribió en los programas políticos del movimiento, aunque la suya fuera la vocación más rebelde de todas. Para él, la verdadera subversión estaba en sacudir la pajarera del melodrama más allá de lo que habían logrado Douglas Sirk o Fassbinder, revelando fantasías inconfesables como el deseo entre madres e hijas (Encuentro inesperado, 1993), la vida sexual de los discapacitados (El corazón de la noche, 1983) o el primer deseo homoerótico en la infancia (Matineé, 1977).
 
Su independencia nunca fue negociable: ejercicios tempranos como Homesick (1965) o S.S. Glencairn (1967) fueron rodados con una cámara 16 mm de patrocinio familiar, mientras que para financiar su primera producción en forma, se dice, prefirió vender su auto a aceptar el cobijo –y las imposiciones formales o temáticas– del CUEC o cualquier otra institución.
 
Su defensa de los raros no admitía patrocinios, y si bien para La verdadera vocación de Magdalena (1972) hizo una excursión al cine de industria con tal que la protagonista fuera Angélica María, Hermosillo no volvió a ceder a tentaciones alimenticias como las telenovelas o los documentales educativos, que sí distrajeron a varios de sus contemporáneos.
 
Para fortuna suya y de nosotros, la formación de su militancia libertina coincidió con una necesaria apertura temática en el cine mexicano que permitió estrenos antes impensables como El castillo de la pureza (Arturo Ripstein, 1972), El lugar sin límites (Arturo Ripstein, 1977) o Fando y Lis (Alejandro Jodorowsky, 1968). En medio de ese entorno de cambio y también durante los 80, patéticos y regresivos para la industria mexicana en términos de calidad, Hermosillo encabezó, película tras película, una revolución temática que iba más lejos y era más salvaje que la de cualquiera de sus compañeros de barco.
 
No hay lugares comunes ni respeto a tradición alguna entre las criaturas de Hermosillo, desde los maridos insatisfechos de El cumpleaños del perro (1975), quienes matan a sus esposas con tal de huir como amantes prófugos, la Isela Vega hermafrodita de Las apariencias engañan (1978) dispuesta a sodomizar a Gonzalo Vega, hasta la madre de Los nuestros (1968) —interpetada por la madre del propio Hermosillo—, quien asesina a su yerno para que su hija pueda ser feliz con otro hombre… aunque les prohíbe a éstos vivir en el pecado.
 
Disidente tanto de la producción privada de esas décadas, en bonanza gracias a la comedia de albures, como del patrocinio estatal de Echeverría y López Portillo, Hermosillo y otros inconformes encontraron en las cooperativas fílmicas el mejor modelo para dar cabida a sus libertades creativas. Siguiendo el modelo afortunado de Cinematográfica Marte de Fernando Pérez Gavilán y Mauricio Walerstein o de Río Mixcoac, de Gabriel Retes, en 1973 Hermosillo se alió con colegas como Alberto Isaac, José Estrada, Sergio Olhovich o Alejandro Pelayo para fundar Directores asociados, bajo la bendición evidente de United Artist en el nombre.
 
Ninguna de las cooperativas mencionadas volvió ricos a sus asociados ni fueron bien vistas por una industria aún dominada por los sindicatos de la producción, pero todas fueron válvulas de escape para un cine cuyas temáticas, personajes e inquietudes ya estaban muy lejos de la llamada Época de Oro.
 
—Cuartos cerrados, libros malditos: las constantes
 
La literatura y el mar están en la sangre y en el aire de las películas de Hermosillo. Además de su empeño por adaptar a los grandes narradores marítimos como Stevenson (El señor de Osanto, 1974) o Conrad (Naufragio, 1978), la complicidad del cineasta con sus escritores fue un soporte fundamental que hoy le impide a sus películas envejecer incluso si su estética, su sonido o su lenguaje visual ya se siente cuarteado o polvoso. Entre sus complicidades más jugosas está la de Gabriel García Márquez, con quien escribió El verano de la señora Forbes (1988) y la fundamental María de mi corazón (1979), versión libre del cuento «Solo vine a hablar por teléfono» del colombiano.
 
El otro gran cómplice fue José de la Colina, coautor de los guiones de Los nuestros, El señor de Osanto (1969), Naufragio (1978) y El corazón de la noche (1984), además de un compañero eterno de conversación. Otras colaboraciones más esporádicas tienen la misma potencia, como la de José Emilio Pacheco en La pasión según Berenice (1976), Elena Poniatowska en De noche vienes, Esmeralda (1998), Luis González de Alba en El malogrado amor de Sebastián (2006), Jorge López Páez en Doña Herlinda y su hijo (1985) o Luis Zapata, el mismísimo vampiro de la Roma, en Confidencias (1982).
 
Me detengo en esta última pues representa el inicio de un subgénero en el cine de Hermosillo: el de los espacios cerrados, su cine de habitaciones, quizá inspirado en Bergman o en Las amargas lágrimas de Petra Von Kant (Fassbinder, 1972), dos de sus amores de cinéfilo. Los planos larguísimos en interiores y sin montaje externo en ésta, en Intimidades de un cuarto de baño (1989), Encuentro inesperado (1993) y en las tres versiones —una en video, dos en cine— de La tarea (1989, 1991, 1992) son una de las innovaciones más duraderas de Hermosillo en el cine nacional, que suele ser alérgico a la renovación de los lenguajes.
 
En ellas, los espacios enclaustrados de la vida familiar (la sala, el baño, la azotea), se convierten en auténticos cuartos de Gessell en donde podemos observar la vida íntima en toda su amplitud, desde el desayuno hasta el incesto, desde los buenos días hasta la masturbación nocturna y furiosa.
 
Prolífico e inquieto como era, Hermosillo dejó una cantidad desconocida de proyectos guardados en el cajón, algunos tan viejos como sus guiones basados en Vargas Llosa, Elogio de la madrastra y Los cuadernos de don Rigoberto, escritas a finales de la década de 1990, o Sed de amor y de absoluto, su versión de Madame Bovary escrita, según Francisco Sánchez y Arturo Villaseñor, hacia 1982. ¿Qué habría hecho Jaime Humberto con un personaje como Emma?
 
De alguna forma, el bovarismo ya recorre su obra en personajes como Berenice, la madre y la hija de Naufragio, la estudiante de cine ganosa de La tarea o la empleada doméstica de Confidencias, cuya vida sexual es más interesante que la de su patrona adinerada. Así como Flaubert habría dicho: «Madame Bovary soy yo» en aquel juicio infame contra su obra, Hermosillo podría haberse adjudicado la identidad de todos sus personajes, sus raros, sus freaks, sus outsiders. Él supo ser todos ellos y todas ellas, pues el cine de Jaime Humberto Hermosillo es una apuesta interminable por reclamarle a los espectadores mexicanos la verdad más amarga y silenciada: «Los anormales son ustedes», nos dijo una y otra vez. Y tenía razón.

CINE LGBTTTI+. JAIME HUMBERTO HERMOSILLO
UN PIONERO DEL CINE DE GÉNERO EN MÉXICO
 
El reconocido director continúa filmado con las temáticas que impregnaron sus primeras obras como el amor, la traición, la moral, siendo una radiografía de la sociedad actual.
 
Dante Gutiérrez
28 jun 2019
 
Como parte de la programación del Festival MIX: cine y diversidad sexual se proyectó la película de Jaime Humberto Hermosillo Doña Herlinda y su hijo (México, 1982) una de las primeras obras que tocaban el tema de la homosexualidad abiertamente.
 
A Hermosillo le otorgaron la Medalla al mérito cinematográfico Salvador Toscano por parte de la Cineteca Nacional como reconocimiento a su trabajo en el séptimo arte. También ha aportado al movimiento LGBTTTI+ si bien la mayoría de sus películas no se tratan el tema si retratan la hipocresía de una clase media que reprime lo distinto.
 
Cineastas como Julián Hernández y Roberto Fiesco han reconocido la importancia del trabajo de Jaime Humberto Hermosillo que disecciona la sociedad y el ambiente conservador donde creció. El realizador es oriundo del estado de Aguascalientes donde descubrió desde pequeño su cinefilia.
 
“Que mis personajes tengan algo que ocultar proviene seguramente de mi inclinación y simpatía por los personajes que actúan fuera de la Ley y de las buenas costumbres”, aseguraba el director en un Dossier de la Cineteca Nacional en 1997 con motivo de una retrospectiva de su obra.
 
Hermosillo se trasladó a la Ciudad de México para estudiar en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC). Desde sus primeros trabajos el director y guionista llamó la atención de la crítica, donde los temas como el amor, la sexualidad, la clase media y la moral se harían recurrentes en su obra.
 
El filme Los nuestros (1969) habla sobre el amor, la infidelidad y la traición, su siguiente trabajo La verdadera vocación de Magdalena (1971) con las actrices Angélica María y Carmen Montejo destacan por sus imágenes del festival de rock de Avándaro, la historia habla del amor, divorcio y la libertad.
 
La pasión según Berenice (1975) consagra a Hermosillo al obtener dos premios Ariel por mejor dirección y guion cinematográfico, protagonizada por Pedro Armendáriz Jr. y Marta Navarro, una historia sobre las costumbres de un pueblo pequeño donde se desencadena el amor y la pasión.
 
Matinée (1976) una historia de dos niños que se fugan de sus casas y terminan envueltos en el robo de las limosnas de la Basílica de Guadalupe deja entrever una posible relación homosexual entre dos ladrones. Naufragio (1977) protagonizada por María Rojo y Ana Ofelia Murguía se centra nuevamente en la familia, el amor y la pasión, repite los premios Ariel como mejor dirección y mejor guión cinematográfico.
 
Las apariencias engañan (1977) con Isela Vega, Gonzalo Vega, Roberto Cobo y María Rojo, obtiene el premio Ariel por mejor guion cinematográfico. En María de mi corazón (1979) Hermosillo trabaja con un guión del premio Nobel Gabriel García Marqués.
 
Doña Herlinda y su hijo obtuvo la Diosa de Plata al mejor guion cinematográfico que dan Periodistas Cinematográficos de México (PECIME). Tal vez su película más conocida sea La tarea (1991) una película divertida pero que marca al realizador para optar por el cine digital en su carrera.
 
De noche vienes Esmeralda (1996) obtiene el premio Ariel por mejor guion cinematográfico.
 
Entrado el siglo XXI Jaime Humberto Hermosillo sigue con cine con temática de diversidad películas como eXXXorcismos (2002), El misterio de los almendros (2004), El Edén (2003), Dos Auroras (2005), Amor (2005) y Rencor (2005) han formado parte del Festival Mix.
 
Hermosillo sigue trabajando sus recientes producciones; Crimen por Omisión (2018), Un buen sabor de boca (2017) y InFielicidad (2015), reafirman sus temas predilectos sexualidad, amor, odio y traición.
 
Aún con los espacios que se han ganado la comunidad LGBTTTI+ ahora están en peligro ante el avance de un discurso intolerante y de homofóbico impulsado por sectores reaccionarios y que encuentran caja de resonancia en medios de comunicación.
 
Graciasss/www.laizquierdadiario.com/Jaime-Humberto-Hermosillo-un-pionero-del-cine-de-genero-en-Mexico

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